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11 oct. 2004

¿Somos tontos? Por Silvio Rendon

Jaime Bayly en un artículo en Correo sostiene que los latinoamericanos, y los peruanos en particular, somos tontos.
La mejor prueba de que somos tontos es que elegimos malos gobiernos. Generalmente elegimos una opción mediocre habiendo mejores alternativas que desechamos. En los últimos años sólo Chile escapa a esa fatalidad. No es casual que sea el país que más ha prosperado en la región.
(...)
la única manera objetiva de medir si un presidente ha tenido éxito o ha fracasado es midiendo, al final de su gobierno, si hay más pobres o menos pobres que cuando comenzó su mandato y si ha respetado las leyes de su país. Porque si un gerente aumenta las ganancias haciendo trampa, su gestión no puede ser considerada positiva; las suyas son unas ganancias deshonestas. Del mismo modo, si un presidente consigue reducir el número de pobres pero viola al mismo tiempo las leyes y libertades que protegen a esos ciudadanos, esa gestión sólo puede ser repudiada.
Según el autor elegimos mal, elegimos a los mediocres e ineficientes. Nos lo dice muy clarito:
Nos va mal porque somos tontos y elegimos mal. Sin ir más lejos, los peruanos hemos elegido mal desde que tengo uso de razón: Bedoya era mejor que Belaunde el 80 y mucho mejor que García el 85; Vargas Llosa era infinitamente mejor que Fujimori el 90 y Pérez de Cuéllar era infinitamente mejor que el golpista
Fujimori el 95 y cualquiera era mejor que el tramposo Fujimori el 2000; y Lourdes Flores era muchísimo mejor que Toledo el 2001.
Es decir, no se queda en decirnos qué es lo malo, sino que nos dice lo que es bueno. Finalmente, nos propone:
Por último, así como ninguna empresa contrataría a un gerente por cinco o seis años y lo mantendría en el cargo si su gestión es un fracaso en los primeros
dos, ningún país latinoamericano debería entregar el poder a un gobierno por tanto tiempo sin pedirle cuentas al cabo de los primeros dos años. Es injusto tener que aguantar cinco o seis años a un presidente consistentemente inepto sin poder hacer nada, dentro de la ley, para liberarse de él. Debería ser posible, a mitad de la gestión, que los ciudadanos evalúen su trabajo y determinen si ese gobierno merece quedarse o debe irse, así como los dueños de una empresa echarían a un gerente inepto o corrupto apenas tuvieran evidencias de sus malos resultados.
No queda del todo claro, pero parece que los plazos de gobierno en nuestro continente debería ser de dos años.

Cuatro cosas:

1. Supongamos que fuéramos tontos, como afirma el autor. En tal caso, ¿por qué deberíamos tener elecciones? Lo lógico sería negarle el voto a los tontos y que un grupo de inteligentes gobierne el país. No es una propuesta nueva. En el mundo antiguo, los gobernantes serían los filósofos. En el mundo moderno, los tecnócratas. Tampoco es algo nuevo desde el punto de vista práctico: las veces que hemos sustituído el mecanismo democrático por una dictadura, no nos ha ido mejor.

2. Sigamos con la analogía de la empresa, tomado como por el autor como modelo de eficiencia. Un gerente de una empresa puede lanzar un gran producto al mercado, pero si no se lo compran, ¿quién tiene la culpa? ¿El gerente o los "tontos" que no le compraron? Mario Vargas Llosa puede haber sido mejor que Fujimori, que Alva y que Barrantes juntos. ¿Y? Es un gerente que no ha vendido. El autor tiene razón, ese gerente debería ser despedido. Lourdes Flores puede ser la "mejor", según el autor, pero no vende, pues. Tiene derecho a seguir intentándolo. Es decir, la eficiencia de los gerentes-políticos se debe medir también en su capacidad de llevar su mensaje político a los electores. Los electores son el juez. Esto es así tanto en la democracia como en el mercado. El cliente siempre tiene la razón. No hay clientes tontos.

3. ¿Y qué pasa con la gestión gubernamental? ¿Somos tontos como dice el autor? Pongamos el ejemplo del Perú. Después de la gestión de Belaúnde, su partido quedó reducido a un cinco por ciento de los votos. Los electores le dieron la oportunidad a García (en segundo lugar a las izquierdas). Después de García, los electores le negaron el voto tanto al sucesor de García, Alva, como a las izquierdas (ninguna de estas opciones pasó a la segunda vuelta) y se orientaron por Vargas Llosa y Fujimori. Ganó Fujimori. Éste dio un golpe en 1992, con un altísimo apoyo popular. La economía del país mejoró en esa época y el terrorismo fue duramente golpeado. Fujimori fue reelegido (con algo de trampa, pero con un innegable apoyo electoral). Después de doce años, Fujimori, atrapado en un mar de denuncias sobre escándalos de corrupción, se va del país, y sus seguidores pierden las elecciones a manos de Toledo. Lourdes Flores, "mejor opción" según el autor, no llega a pasar a la segunda vuelta. No puede evitar ser asociada con las políticas y estilos fujimoristas. Pasa García. En conclusión, no parece que seamos un pueblo enfermo o un pueblo que no le entre a la alternancia. Puede ser que al autor no le gusten las opciones que obtienen el apoyo mayoritario. Es posible que las opciones políticas que él suscribe necesiten mejores gerentes, pues los que tienen no venden.

4. ¿Se debe acortar el periodo presidencial? ¿Para qué? Si somos tontos, seguiremos eligiendo alternativas tontas, a los dos años, a los cuatro o a los seis. Tal vez el autor abriga alguna esperanza en que los tontos sean menos tonto en dos años. Hay otros criterios en esto, como la continuidad del gobierno y la posibilidad de que una administración pueda llevar a cabo su programa. No podemos estat en una situación de elecciones permanentes. Tal vez alguna minoría de inteligentes pueda estar así, pero la mayoría de "tontos" ya tiene suficiente con elecciones cada cuatro años.

5. Uno suele escuchar este mismo tipo de argumentos en otros contextos. “Los californianos son tontos porque eligieron a Schwarzenegger”; “los americanos son tontos porque eligieron a Bush”; “los italianos son tontos porque eligieron a Berlusconi”, etc., etc. El llamar tontos a los electores no es privativo de los autores latinoamericanos. Sin embargo, los “tontos” de esos países parecen salir adelante y no viven con el complejo de creerse tontos. Posiblemente el argumento se pueda completar diciendo que los tontos son tales porque acaban siguiendo a los “perfectos idiotas latinoamericanos”. Es curioso, pero este tipo de argumento es muy parecido al del izquierdista Michael Moore con sus “estúpidos hombres blancos” que votan por Bush, que ignoran lo que ocurre en su país, etc., etc. Alguna vez Bertolt Brecht se burló del gobernante que se queja de su propio pueblo diciendo que no se puede disolver al pueblo para elegir otro nuevo.

Una forma alternativa de ver las cosas es pensar que no somos tontos y que el problema está en el nivel general de nuestros políticos y sus ofertas electorales. Todos los países tienen sus alternativas populistas, privatizadoras, estatizadoras, etc., lo que ocurre es que hay una precariedad muy grande que atravieza a todas estas opciones. Motivo de otro post.

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