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30 abr. 2008

La tecnocracia:un análisis de cultura "inculta” Por Daniel Salas

Hay una famosa frase dentro de la leyenda nazi que cifra con exactitud la sensibilidad tecnocrática que predomina en nuestros días: “Cada vez que escucho la palabra cultura, rastrillo mi revólver”.
La oí por primera vez atribuida al Ministro de Propaganda Joseph Goebbels pero me pareció escuchar en otra ocasión que el autor fue algún dramaturgo nazi. En todo caso, la sentencia exhibe con una peculiar exactitud la enemistad del nazismo con la diferencia y con la crítica.
La cultura es, en efecto, el espacio de la diferencia porque es el lugar en donde se produce el sentido y el sentido no depende del orden natural sino de los contenidos semióticos. El nacimiento, la muerte, la lluvia, la enfermedad, el sexo, la pigmentación de la piel, son hechos naturales que ingresan a la cultura solamente cuando son interpretados y, de esta manera, incorporados a un orden simbólico. Ahora bien, lo interesante del orden simbólico es que normalmente pretende ocultar su artificialidad, es decir, se presenta ideológicamente como extensión de la naturaleza y, por tanto, se propone como una verdad incuestionable como el cielo y las montañas: es “natural” que los blancos manden y los negros y los indios obedezcan, es “natural” que el macho sea superior a la hembra, es “antinatural” que los hombres se acuesten con hombres y las mujeres con mujeres, es “natural” que Dios castigue a los pecadores con desastres y enfermedades.
La cultura no se presenta, en principio, como cultura, hasta que es confrontada por otra. Cuando las comunidades humanas descubren a los otros, empiezan a entender críticamente su propia artificialidad. Se dan cuenta de que hay otros órdenes “naturales” y que, por lo tanto, hay un hiato irresoluble entre lo natural y lo humano.
La crítica aparece en tanto que es posible interpretar la artificialidad como artificialidad. No pretende, por supuesto, destruir la cultura sino explicar de qué manera se construye el sentido y qué problemas humanos intenta resolver.
La cultura es, entonces, ficción en este buen sentido (un sentido borgeano, cervantino) de la palabra. La consciencia de este carácter ficticio inicia un proceso en el arte el cual, en efecto, empieza a ser moderno en la medida en que reconoce y aprovecha su artificialidad.
Precisamente, por su capacidad de exhibir la diferencia y de cuestionar el mundo, la producción cultural es o debería ser un elemento destinado a enriquecer la vida moderna. Así debería ser, pero sus enemigos ya no son tanto los nazis como los tecnócratas (que se ufanan de sus puestos de alcaldes, abogados o periodistas). En efecto, la cultura tecnocrática, cada vez más prevalente, quiere reducir la experiencia individual y social a un asunto de finalidades y logros, en donde no haya espacio para ninguna reflexión sobre el sentido. El tecnócrata sostiene que “las cosas son así” y que es ridículo cuestionarlas; por ejemplo afirmará que “Internet es así” y que, ya que sabemos lo que es el “ser” (en su versión más reducida y simple), es definitivamente absurdo meditar en el “deber ser”. Dicho de otra manera, el tecnócrata quiere eliminar los sueños y las esperanzas y reemplazarlas por metas inmediatas que, además, bien miradas, son burdos simulacros del bienestar. Su Dios es un Dios que genera recompensas, pero no produce experiencias y siempre le repite que las cosas son como son y no como deberían ser. Por eso, cada vez que escucha la palabra “cultura”, el tecnócrata se inquieta, emite una sonrisa nerviosa, va en busca de su catecismo tecnocrático y rastrilla su ‘mouse’.

El nazi y el tecnócrata: dos personajes nefastos para la cultura. Fotos tomadas de aquí y de aquí.
Actualización: Ricardo Alvarado aclara el origen de la cita en este comentario:
"La frase "Wenn ich Kultur höre... entsichere ich meinen Browning" (Cuando oigo hablar de cultura... le quito el seguro a mi Browning) ha sido atribuida a diversos jerarcas nazis, pero según el periodista estadounidense William Shirer, destacado en Berlín en tiempos del III Reich, el autor fue el dramaturgo nazi Hans Johst, a quien Goebbels nombró presidente de la Academia Alemana de Poesía".

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