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8 may. 2008

Periodismo político televisivo: entre el macartismo y el liberalismo Por Gonzalo Gamio


Es un hecho conocido que, en nuestro medio, el periodismo político televisivo no destaca precisamente por su pluralidad. La mayoría de los programas de corte político se han alineado con el gobierno actual – no se sabe si por convicciones políticas afines, o por intereses estratégicos de corte empresarial, o por ambas cosas -, y sólo contamos con alguna excepción, más o menos solitaria. Es una lástima, dado que la prensa y en general los medios constituyen lo que los ilustrados denominaban esfera pública, un espacio reservado para el debate de los asuntos cívicos, para la formación de conciencia crítica y el control ciudadano del poder. En el Perú la realidad es otra, la de la “prensa cortesana”, y particularmente la televisiva, siento la televisión uno de las fuentes principales de información para la mayoría de la población.

El caso más patético es el de los “reportajes” con “efectos especiales” de César Hildebrandt Chávez para La Ventana Indiscreta, en los que reírse o beber un sorbo de agua mineral pueden convertirse – gracias a la cámara lenta, o a una música de fondo suficientemente lúgubre – en gestos realmente siniestros. Vale la pena mencionar el renovado Habla el Pueblo, del canal 11, que se ha vuelto un verdadero fortín en la lucha macartista contra las ONG (pensemos en la entrevista a Lourdes Alcorta y a Francisco Diez Canseco; no sorprende esta metamorfosis, si tomamos en cuenta la alianza entre RBC y Expreso, un diario cercano a los sectores más conservadores en lo político y lo religioso). Prácticamente el grueso de la TV. se encuentra bastante dispuesta a cerrar filas en la campaña de desprestigio contra los organismos ambientalistas y de DDHH, de modo que no dudan en omitir pasajes de la carta de APRODEH en los que se condena al MRTA, o asumen sin asomo de duda que Melissa Patiño o Carmen Azparrent son terroristas. Han claudicado en la búsqueda de la verdad.

Ayer me topé con La Hora N, de Jaime de Althaus. Althaus debatía con Alberto Adrianzén sobre la situación del país en materia de Derechos Humanos. Me sorprendió lo que escuchaba. Althaus deslizaba la idea de que podía resultar injusto de que a Fujimori se le procesara por violación de Derechos Humanos en tanto él había acabado con el terrorismo. Evidentemente, aquí existe un error en la reconstrucción histórica: el cambio de estrategia – de la represión al trabajo de inteligencia – fue planteada desde los últimos meses del gobierno de Alan García (al menos desde marzo de 1990), con la formación del Grupo Especial de Inteligencia en la DIRCOTE y la organización de los CAD es aún anterior a esa fecha. No fueron iniciativas del fujimorato. Pero de Althaus niega - ¿acaso interesadamente? – que la aplicación de este nuevo método haya coexistido con las tácticas de guerra sucia (las acciones macabras de Colina) tal y como los hechos parecen mostrar. Más aún, sugiere entre líneas que el triunfo en la lucha antisubversiva ameritaría que se le confiera impunidad. Increíble.

En otro pasaje del diálogo, el propio de Althaus cuestiona el hecho que el IDEHPUCP haya publicado un comunicado en donde se pide al gobierno que termine con esta inaceptable persecución contra los organismos de DDHH. Se pregunta: “¿Cuánto habrá costado publicar este comunicado en El Comercio? Llama la atención la mezquindad implícita en la pregunta. Parece que el periodista ha olvidado lo que significa la misión de una Universidad en un país democrático y liberal: no sólo cultivar el conocimiento, sino velar por la existencia de instituciones libres y defender la legalidad. La PUCP fue la única institución de educación superior que protestó por el golpe propinado al Tribunal Constitucional por los secuaces de la dictadura fujimorista, y en otros casos similares. Eso es parte del magisterio de una verdadera universidad. Pero claro, Althaus prefiere deshacerse en elogios para con las universidades-empresa – nacidas de la cabeza del fujimorato merced al DL 882 – instituciones de discreta calidad académica, entregadas a la búsqueda del lucro y a la mera instrucción profesional de los jóvenes. Es que pronunciarse sobre la institucionalidad democrática no rinde frutos económicos (el único propósito de las organizaciones “modernas”), seguramente pensará.

A juzgar por sus juicios sobre temas de justicia universal, Jaime de Althaus podría sentarse, en la mesa de las ideologías - en lo que respecta a este tema -, a la derecha del mismísimo Aldo Mariátegui, quien hace poco sorprendió a todos citando el Informe de la CVR en una nota editorial sobre la carta de APRODEH (esta situación ha resultado tan extraña, que algunos colegas supersticiosos han creído que este prodigio puede estar asociado con alguna de las profecías de Nostradamus). No obstante, el caso de Rosa María Palacios es diferente. Hay quienes la descalifican por sus asesorías a Hurtado Miller - circunstancias que se pueden juzgar como lamentables, ciertamente -, pero yo encuentro que Palacios – junto con Hans Landolt – es la única periodista política decente. Por supuesto, me gustaría contemplar un abanico más amplio de perspectivas en el periodismo político televisivo: socialistas, escépticos, liberales de derecha y de izquierda; pero eso no parece posible en el Perú de hoy. Oscilamos entre el macartismo ideológico de la mayoría - para quienes ser de izquierda es el equivalente político de haber contraído la lepra - y el talante democrático de unos pocos. Mientras de Althaus es un conservador político más, que concibe el respeto de las libertades económicas y el imperio del orden y la autoridad como únicos principios de un gobierno sensato, Palacios se aproxima al liberalismo en sentido estricto. Resulta claro que Palacios comprende que la observancia de los Derechos Humanos, la tolerancia frente al pensamiento que discrepa y el respeto de la libre asociación constituyen los fundamentos de una sociedad libre: “¿qué más liberal que defender la vida, la libertad y la propiedad?”, se pregunta en su columna de Perú 21. Uno puede disentir a menudo con ella (sobre todo en materia religiosa: ella parece suscribir una versión acaso excesivamente tradicionalista del cristianismo), pero siente que su trabajo periodístico – al menos hoy, ante el concierto de voces “disciplinadas” que siguen el ritmo de la batuta que se mueve desde Palacio de Gobierno – revela una preocupación genuina por la distribución del poder y la protección de los derechos básicos de las personas. Ya comienzan a llamarla “caviar”, y eso se muestra como un signo de independencia en estos tiempos de “macartismo chicha”.
Mientras la prensa de ultraderecha acecha a todo aquel que proteste contra las mineras o denuncie la criminalización gubernamental de la protesta social; mientras Giampietri y Rey despotrican contra las ONG y evocan sus ataques a la CVR, suceden cosas importantes en el país. Se han descubierto fosas clandestinas en el cuartel militar Los Cabitos, una prueba contundente de los asesinatos y desapariciones forzadas perpetrados por agentes del Estado en los años del conflicto armado interno. Mientras tanto, Alberto Fujimori, procesado por delitos de lesa humanidad, planifica tranquilo en un trozo de papel los movimientos de su "partido" con miras a la campaña del 2011; ni siquiera se detiene a escuchar el testimonio del general Robles, quien sostiene que el Presidente de la República en aquellos años conocía y respaldaba las acciones del Grupo Colina ¿A qué se debe tanta serenidad? ¿Se trata un truco para llamar la atención de los medios? ¿Es que cuenta con "una pequeña ayuda de los amigos" (quizá los de Alfonso Ugarte)? ¿O se habrá dado cuenta de que la única forma de reducir su carcelería consistiría en apoyar la dinástica y pre-moderna candidatura de su poco iluminada hija? Algo muy extraño se cocina por esos lares. Que el brazo de la justicia se mantenga firme.

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