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9 jun. 2007

Finalmente, Madeinusa Por Daniel Salas

Después de mucho tiempo, pude ver Madeinusa, gracias a una excelente tienda local de alquiler de videos que está muy cerca de mi casa. Un poco (tal vez demasiado) tardíamente me animo a comentarla.

La película me parece brillante. Ahora bien, para poder disfrutarla plenamente, hay que dejar de lado la falacia del realismo. ¿Por qué insistimos en que el arte, especialmente el cine, tiene que ser “testimonial”? Pienso que, respecto de Madeinusa, buena parte de la crítica ha caído en una trampa sutilmente racista: dado que la comunidad retratada es andina, se le exige al artista un mínimo de solidaridad y realismo a fin de no profundizar las brechas étnicas. Gonzalo Portocarrero, por ejemplo, concluía que a través de la película “el mundo popular recibe una imagen inhabilitante de sí mismo”. No alcanzo a comprender la objeción. Por ejemplo: ¿criticaríamos a en No se lo digas a nadie porque en esa película la burguesía “recibe una imagen inhabilitante de sí misma”? Por su parte Rocío Silva Santisteban advertía que “[l]a película desliza con la peligrosidad de una “orientalización” de nuestro propio país la idea de que ‘allá puede darse el tiempo del paréntesis moral mientras que acá seguimos bajo las coordenadas de la civilización’”. Nuevamente, mi imposibilidad de encontrar interesantes estas objeciones se sustenta en mi rechazo a la asunción de que el mundo andino tiene que recrearse en una clave realista, a fin de evitar el riesgo de reproducir la oposición civilización / barbarie. En este mismo artículo de Rocío Silva se cita un comentario de Mario Castro que me parece fenomenal por lo acertado desde el punto de vista descriptivo y lo radicalmente desacertado desde el punto crítico: Mario Castro sostiene que “Madeinusa, a mi entender, ni siquiera trata del Ande, aunque suene extraño decirlo”. Es verdad, Madeinusa no trata del Ande. ¿Y qué? Mi pregunta es muy simple ¿Y por qué tiene que “tratar del Ande” una película que ocurre en el Ande? Cuando comentamos la Odisea, ¿acaso decimos que ese poema “trata sobre los griegos”? ¿Alguien, por ventura, reduciría su comentario a ciertos cuentos de Ribeyro diciendo que “tratan de Miraflores”? Ahora vamos a terminar diciendo que Crimen y castigo trata de Rusia y El corazón de las tinieblas trata sobre el Congo. No, pues.

Si Madeinusa no es un testimonio de la realidad andina (y afortunadamente no lo es), ¿qué es? Algo mucho más obvio: es un mal sueño, una pesadilla, una serie de eventos con resonancias míticas (la ruptura del tabú del incesto como evento apocalíptico) desarrollado en un lugar que, siendo completamente imaginado, activa las fobias delirantes de un joven blanco y criollo. Es importante observar las cualidades de Salvador, quien es un ingeniero joven y blanco, atascado en un mundo en el que se invierten sus privilegios y sus poderes: por un lado, es Salvador quien seduce a Madeinusa (repitiendo así el esquema de la posesión descomprometida y desafectuosa del hombre blanco sobre la mujer andina); pero, por otro, el desarrollo de la historia indica que en realidad se ha producido lo contrario, a saber, que es Madeinusa quien poseyó a Salvador y logró manipularlo para cumplir su deseo (igualmente descomprometido y desafectuoso) de apropiarse carnalmente de ese mundo de imágenes idealizadas que guardaba en su baúl.

Un aspecto particularmente asombroso del filme es la creación detallada de un pueblo entero, con una parafernalia religiosa cuyo diseño se inspira en la iconografía andina pero que no la reproduce ni intenta reproducirla. Y dentro de esta espectacular puesta en escena, un detalle sobre el que me gustaría llamar la atención es de aquel curioso anciano que va dando vueltas a unos cartones con números para indicar, minuto a minuto, el paso de las horas del “tiempo santo”. ¿Es una broma? ¿Es un síntoma de barbarie? ¿A quién se le ocurre usar tal recurso manual cuando existe el reloj? Mejor cambiemos de preguntas y comprendamos que ese reloj manual es una clave ingeniosa que declara que el “tiempo santo” es un tiempo definido por la experiencia humana, no un fenómeno físico, ni siquiera metafísico. Es una medida que el ingeniero no puede mensurar, porque ha sido construida por la misma comunidad. Se trata, pues, un momento intensamente propio, en tanto que pone en escena el deseo de hacer a un lado la exterioridad de las reglas cósmicas o éticas. Por ello, los habitantes del pueblo son enfáticos al declarar que no les gustan los extranjeros durante la festividad, lo que es muy distinto del hecho de que no les gusten los extranjeros en cualquier ocasión. La diferencia es importante porque subraya el hecho de que el “tiempo santo” es, por un lado, la negación de lo que está afuera y es diferente y, por otro, la celebración sectaria de lo interno y lo idéntico.

Si repasamos Cien años de soledad, recordaremos que allí se ejerce el mismo principio: la tendencia hacia el incesto (una tentación que siempre está reprimiéndose) es menos significativa como pecado repugnante y más relevante como afirmación de lo interior y lo idéntico. Un principio similar (el énfasis en el interior) es el que rige el universo de Comala, creado por Juan Rulfo.

El delirio como principio de la representación en el cine no lo inventa Claudia Llosa y no debería ser motivo de reproche o escándalo. En todo caso, más delirante y más escandalosa me parecen algunas teorías conspirativas que quisieron insertar al filme dentro de una campaña de genocidio cultural. Cuando vemos El mariachi o A touch of evil ¿acaso creemos que Robert Rodríguez y Orson Welles nos quisieron ofrecer un retrato realista de la frontera mexicano-estadounidense? Y el México de Bring me the head of Alfredo García, del brillante Sam Peckinpah ¿no es acaso una atmósfera de iconografías, de referentes mediados por una visión de pesadilla? ¿Alguien cree que al cuestionar el realismo de esas películas se las puede dejar de considerar excelentes ejemplos de obras de arte? ¿Han protestado los mexicanos por ese universo infernal construido por Rulfo que es Comala? ¿Y los colombianos se sienten heridos por el incesto de los Buendía?

Madeinusa es un filme que los peruanos debemos celebrar y una vía alterna de imaginación artística que me parece sumamente novedosa y enriquecedora. Lamento hacer este comentario tardíamente. Sin embargo, considero que es necesario reafirmar que la crítica no puede reducirse a consideraciones testimoniales o ingenuamente políticas (*).



(*) Véase como ejemplo una lamentable columna sobre Madeinusa escrita en estilo giacosiano por Rafo León y transcrita por Paolo de Lima aquí.

Fotograma de Madeinusa tomado de aquí.

En el México delirante de Peckinpah los enterrados emergen de las tumbas. La escena similar de Kill Bill Vol. 2 es todo un homenaje. Foto tomada de aquí



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