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24 dic. 2008

Mi reflexión de navidad Por Daniel Salas

Cada vez me siento menos creyente pero ello no significa que desprecie el valor de la religión en la vida. Fechas como la navidad han dejado de tener un sentido estrictamente cristiano y por eso mucho la celebran a pesar de sus convicciones agnósticas o ateas.

Pero digamos que sí es una fecha en la que cabe reflexionar en tanto que la navidad está asociada con el nacimiento y el perdón. Esta vez se me ocurre una inspirada en una afirmación (medio en broma, entiendo) de Luis Aguirre en este post y a la que no respondí porque hubo una retractación que, en mi opinión, daba por superado el tema.

"Espero no haber perdido el norte moral porque no siempre he coincidido con los posts del GCC al respecto. En todo caso, a ver si lo recupero."

Luis entiende bien que el espíritu del GCC no es que haya que estar de acuerdo con una línea de ideas. De hecho, este blog es bastante pluralista. Mi coblogger Carlos Mejía y yo, por ejemplo, nos seguiremos peleando en torno al sentido que puede tener el comunismo en nuestros días pero estamos de acuerdo en ciertas cosas: que ambos queremos más libertad, menos o (si es posible) ninguna exclusión social y un Perú que ofrezca esperanza a sus habitantes. Carlos no está de acuerdo conmigo en casi todo lo demás y viceversa pero lo que hace posible el diálogo lo encuentro resumido en esta sentencia del Zaratustra de Nietzsche:

Yo amo a aquel que se avergüenza de que los dados salgan a su favor y se pregunta "¿no seré un jugador deshonesto?" Porque él está dispuesto a sucumbir.

Esto es lo que podemos llamar la duda negativa, la duda de aquel que descubre que tiene razón y no se alegra necesariamente de ello (una idea similar la encontramos en el Tao Te Ching, cuando se dice el verdadero general vence y no se jacta; vence porque ese es su oficio).

Y con esto respondo a Luis Aguirre: que mientras sintamos vergüenza (y no soberbia) de haber encontrado una verdad o de tener la razón en un debate nunca perderemos el horizonte moral. Los intelectuales que admiro y los amigos que aprecio poseen esta virtud: entienden que tener la razón no es nunca una victoria personal y que incluso en el logro mejor ganado siempre hay un espacio para integrar al otro.