El Síndrome Romerito (I) Por Silvio Rendon
La pelea
Orlando Romero le disputaría el título mundial de peso ligero de la Asociación Mundial de Box (WBA) a Ray "Boom boom" Mancini el 15 de septiembre de 1983 en el Madison Square Garden de Nueva York. Mancini noquearía a Romero en el noveno asalto, defendiendo así su título mundial.
Fue una pelea emocionante de principio a fin. Romerito contaría con un nutrido grupo de compatriotas que lo alentaba. La ceremonia inicial consistiría en el canto de los himnos y como es tradicional en el boxeo, se hace por una persona y a capella. Primero vendría el himno nacional del Perú. Sería la primera y única vez para mí (y posiblemente para muchos) que veríamos cantar el himno nacional por una persona. Después vendría el himno americano.
Los boxeadores entrarían en el estadio. Aplausos y entusiasmo. Entraría boom-boom Mancini, una individualidad, una persona aplaudida por muchas personas como él. Entraría Romerito, un "crédito nacional", un país, muchas personas fundidas en una. Una individualidad contra un país. Romerito era nuestro Rocky 0 (sin querer decir que Mancini era como los adversarios de Rocky Balboa).
La pelea comienzaría e inmediatamente quedaría claro que los boxeadores estaban en similares condiciones, muy importante cuando no se tiene una tradición de campeones mundiales (al estilo de Panamá). Lo último que quieres es ver a tu favorito noqueado en el primer asalto.
Una vez constatado que eran boxeadores parejos, la pelea seguiría su curso hasta que Romerito tumbaría a Mancini. Uno no podía creer lo que estaba viendo. De sudar frío, del temor a una humillación, pasaríamos al entusiasmo de acariciar el título mundial (sí, todos iríamos a ser campeones mundiales a través de Romerito). A Boom boom se la contarían, pero éste se levantaría y seguiría peleando. Las expectativas cambiarían. Sólo sería cuestión de tiempo que Romerito volviera a tumbar a su rival, a quien la lona esperaría con calma. Un Romerito fuerte e inspirado tendría que ganar.
Afiches oficiales de encuentros por el título mundial de box: aquí. Usualmente se pone una foto o un dibujo de los dos contrincantes. En el caso de Orlando Romero sólo pusieron el nombre.....
El afiche de toda la jornada. Ahí sí sale Romerito.
Sin embargo, la pelea se equilibraría otra vez muy rápidamente. Mancini asimilaría el golpe, reaccionaría, seguiría adelante y muy lejos de estar fatigado y por caer, contratacaría decisivamente.
Finalmente, Romerito sería noqueado de esta manera:
Así quedarían las esperanzas puestas en este crédito nacional. No se levantaría más. Ahí acabaría la cosa. Boom boom Mancini retendría su título, sí que habría estado en dificultades, citando a Queen diríamos que "he considered it challenge before the whole human race, and he didn't lose. He is the champion, my friend". Tendría la malicia y la garra para seguir adelante, al estilo de Fio Maravilha. Un gran campeón.
Suelo decir que un ganador es un perdedor que no se rindió. Fueron los ingleses volteándole el partido a Camerún, y los del Manchester luchando hasta el final y metiendoles dos goles al Bayern en el sobretiempo para ganarles por 2 a 1. Y fue Mancini quien siguió siendo un ganador. Romero no la siguió, tampoco la consiguió. No es que después de esta derrota siguiera insistiendo en disputar el título mundial. Otras caídas le sucedieron a su caída con Mancini, pero eso ya es otra historia....
El síndrome
Esta pelea es emblemática porque Romerito estuvo a punto de conseguirlo. Muchos quisimos ver a Romerito levantándose y siguiendo la pelea como sí lo hizo Mancini. ¿Por qué no fue así? ¿Falta de papeo? ¿Falta de coaching? ¿Falta de esfuerzo? Y si no tenía las condiciones para seguir, ¿fue la tumbada a Mancini sólo un golpe de suerte?
Podemos ponernos a pensar que las cosas pudieron ser así o asá, pero hay algo muy sistemático en todo esto. No sólo en los deportes, sino en general en la idiosincrasia peruana. Hay una constante entre los peruanos y es el pesimismo y la falta de confianza en lograr las cosas. Vallejo hablaría de los "golpes sangrientos" que "son las crepitaciones de algún pan que en la puerta del horno se nos quema". Siempre con la frustración encima. Como para cortarse las venas. Casi se logran las cosas, pero no se las acaba de lograr. Otro partido emblemático sería la derrota peruana en Seúl, en la final de vóley contra Rusia. Ahistá, pues. Casi ganamos. Incluso Jaime Ízaga, quien una vez le gano a Sampras, diría que le era difícil ganar siendo peruano. Se lleva una gran carga de frustración y de baja autoestima que resulta ser una fuerza moral en contra, una carga, un lastre. Es lo que llamo el "síndrome Romerito". Es el fatalismo de tener que perder. Se podrá estar cerca, se llegará al "casi", se jugará como nunca, pero se perderá como siempre. A nadie le sorprenderá la derrota. Acaso sólo haya bastado con haberlo hecho bien, con garra. Ya no se trata de ganar, sino de "sudar la camiseta". Una camiseta bien sudada es lo mínimo que se les pide. Que pierdan es disculpable; que no se esfuercen, no lo es. Es la condena de la derrota permamente. Total losers.
¿Por qué?
¿Hasta qué punto es esta actitud la que se autocumple e impide el tan codiciado triunfo? ¿Cómo poder hacerla con estas sabandijas mentales en la cabeza? ¿Más aún, cómo lograr un triunfo si estas sabandijas mentales son exhibidas como virtud, como algo bueno, acaso la esencia de la nacionalidad peruana? Leo al venerable Vallejo y nos pregunto ¿cuándo superaremos los golpes en la vida tan fuertes que yo no sé ni nadie sabe?
(Continuará)
Orlando Romero le disputaría el título mundial de peso ligero de la Asociación Mundial de Box (WBA) a Ray "Boom boom" Mancini el 15 de septiembre de 1983 en el Madison Square Garden de Nueva York. Mancini noquearía a Romero en el noveno asalto, defendiendo así su título mundial.
Fue una pelea emocionante de principio a fin. Romerito contaría con un nutrido grupo de compatriotas que lo alentaba. La ceremonia inicial consistiría en el canto de los himnos y como es tradicional en el boxeo, se hace por una persona y a capella. Primero vendría el himno nacional del Perú. Sería la primera y única vez para mí (y posiblemente para muchos) que veríamos cantar el himno nacional por una persona. Después vendría el himno americano.
Los boxeadores entrarían en el estadio. Aplausos y entusiasmo. Entraría boom-boom Mancini, una individualidad, una persona aplaudida por muchas personas como él. Entraría Romerito, un "crédito nacional", un país, muchas personas fundidas en una. Una individualidad contra un país. Romerito era nuestro Rocky 0 (sin querer decir que Mancini era como los adversarios de Rocky Balboa).
La pelea comienzaría e inmediatamente quedaría claro que los boxeadores estaban en similares condiciones, muy importante cuando no se tiene una tradición de campeones mundiales (al estilo de Panamá). Lo último que quieres es ver a tu favorito noqueado en el primer asalto.
Una vez constatado que eran boxeadores parejos, la pelea seguiría su curso hasta que Romerito tumbaría a Mancini. Uno no podía creer lo que estaba viendo. De sudar frío, del temor a una humillación, pasaríamos al entusiasmo de acariciar el título mundial (sí, todos iríamos a ser campeones mundiales a través de Romerito). A Boom boom se la contarían, pero éste se levantaría y seguiría peleando. Las expectativas cambiarían. Sólo sería cuestión de tiempo que Romerito volviera a tumbar a su rival, a quien la lona esperaría con calma. Un Romerito fuerte e inspirado tendría que ganar.
Afiches oficiales de encuentros por el título mundial de box: aquí. Usualmente se pone una foto o un dibujo de los dos contrincantes. En el caso de Orlando Romero sólo pusieron el nombre.....
El afiche de toda la jornada. Ahí sí sale Romerito.
Sin embargo, la pelea se equilibraría otra vez muy rápidamente. Mancini asimilaría el golpe, reaccionaría, seguiría adelante y muy lejos de estar fatigado y por caer, contratacaría decisivamente.
Finalmente, Romerito sería noqueado de esta manera:
Así quedarían las esperanzas puestas en este crédito nacional. No se levantaría más. Ahí acabaría la cosa. Boom boom Mancini retendría su título, sí que habría estado en dificultades, citando a Queen diríamos que "he considered it challenge before the whole human race, and he didn't lose. He is the champion, my friend". Tendría la malicia y la garra para seguir adelante, al estilo de Fio Maravilha. Un gran campeón.
Suelo decir que un ganador es un perdedor que no se rindió. Fueron los ingleses volteándole el partido a Camerún, y los del Manchester luchando hasta el final y metiendoles dos goles al Bayern en el sobretiempo para ganarles por 2 a 1. Y fue Mancini quien siguió siendo un ganador. Romero no la siguió, tampoco la consiguió. No es que después de esta derrota siguiera insistiendo en disputar el título mundial. Otras caídas le sucedieron a su caída con Mancini, pero eso ya es otra historia....
El síndrome
Esta pelea es emblemática porque Romerito estuvo a punto de conseguirlo. Muchos quisimos ver a Romerito levantándose y siguiendo la pelea como sí lo hizo Mancini. ¿Por qué no fue así? ¿Falta de papeo? ¿Falta de coaching? ¿Falta de esfuerzo? Y si no tenía las condiciones para seguir, ¿fue la tumbada a Mancini sólo un golpe de suerte?
Podemos ponernos a pensar que las cosas pudieron ser así o asá, pero hay algo muy sistemático en todo esto. No sólo en los deportes, sino en general en la idiosincrasia peruana. Hay una constante entre los peruanos y es el pesimismo y la falta de confianza en lograr las cosas. Vallejo hablaría de los "golpes sangrientos" que "son las crepitaciones de algún pan que en la puerta del horno se nos quema". Siempre con la frustración encima. Como para cortarse las venas. Casi se logran las cosas, pero no se las acaba de lograr. Otro partido emblemático sería la derrota peruana en Seúl, en la final de vóley contra Rusia. Ahistá, pues. Casi ganamos. Incluso Jaime Ízaga, quien una vez le gano a Sampras, diría que le era difícil ganar siendo peruano. Se lleva una gran carga de frustración y de baja autoestima que resulta ser una fuerza moral en contra, una carga, un lastre. Es lo que llamo el "síndrome Romerito". Es el fatalismo de tener que perder. Se podrá estar cerca, se llegará al "casi", se jugará como nunca, pero se perderá como siempre. A nadie le sorprenderá la derrota. Acaso sólo haya bastado con haberlo hecho bien, con garra. Ya no se trata de ganar, sino de "sudar la camiseta". Una camiseta bien sudada es lo mínimo que se les pide. Que pierdan es disculpable; que no se esfuercen, no lo es. Es la condena de la derrota permamente. Total losers.
¿Por qué?
¿Hasta qué punto es esta actitud la que se autocumple e impide el tan codiciado triunfo? ¿Cómo poder hacerla con estas sabandijas mentales en la cabeza? ¿Más aún, cómo lograr un triunfo si estas sabandijas mentales son exhibidas como virtud, como algo bueno, acaso la esencia de la nacionalidad peruana? Leo al venerable Vallejo y nos pregunto ¿cuándo superaremos los golpes en la vida tan fuertes que yo no sé ni nadie sabe?
(Continuará)
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