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11 ene. 2007

Héctor Ñaupari y las confusiones del márketing Por Daniel Salas

En un ensayo titulado El escritor peruano está desnudo, Héctor Ñaupari propone modificar el enfoque del problema de los escritores peruanos (a saber, su mayoritaria incapacidad para vivir de lo que escriben).

En primer lugar, quiero decir que lo que me gusta de la propuesta de Ñaupari es que demanda dejar de lado el viejo reclamo de que el Estado deba apoyar al escritor. Por ahí la cosa va bien, pero se malogra cuando, a cambio de ello, propone que la literatura, a fin de venderse, ha de acomodarse al gusto de la gente.

El increíble argumento de Ñaupari es, en realidad, bífido: por un lado sostiene que la mayoría de escritores tratan temas feos; a cambio de eso, hay que tratar temas atractivos a la gente (es decir, temas bonitos). Su tesis es increíble porque, como es obvio para cualquiera a quien le guste leer, no existen los temas feos. Así de simple. Ñaupari textualmente dice: los narradores se han vuelto vulgares matarifes. Ni siquiera llegan a cirujanos. Sólo exponen vísceras animales sobre todo las suyas y las exhiben en un camal al que llaman novela o cuento. Sangre, suciedad, prostitución, travestismo, hoteles derruidos y malolientes, drogadicción y violencia política o social sea para cumplir sus propias agendas o las de sus jefes, aquí o en el extranjero son los temas. El pasaje es desconcertante, porque se echa abajo, entre muchas otras, la obra de Mario Vargas Llosa, el autor peruano más vendido en el extranjero y en cuyas novelas encontramos casi toda la “suciedad” que enuncia Ñaupari, exceptuando, hasta donde recuerdo, el travestismo (por otro lado, ¿acaso el travestismo es una cochinada? ¿se ha contagiado Ñaupari de la mojigatería de César Hildebrandt?).

El caso es que, siguiendo el razonamiento del Ñaupari, un ensayista liberal, las novelas de Vargas Llosa, el liberal peruano más descollante y respetable, deberían estar en el último ranking de ventas. Pero hay implícito en el razonamiento de Ñaupari una teoría oscurantista (lo cual demuestra que se puede ser liberal y, a la vez, conservador y hasta reaccionario, sin percatarse de la contradicción): Ñaupari siente asco por la violencia política y social, por lo oficialmente proscrito. Supongo que este ensayista sentirá náuseas ante una película de David Lynch (en mi opinión, uno de los grandes monstruos del cine de las últimas décadas) y suscribiría la infame frase de Jorge Castro, el profesor de cine en la película “Tesis” de Alejandro Amenábar: Al público hay que darle lo que pide. Pero Jorge Castro es, justamente, el malo de la película y con ello Amenábar introduce una propuesta muy aguda, a saber, que la maldad y la perfidia en el arte están estrechamente relacionadas con la concesión y la indulgencia. De hecho, las pinturas aprobadas por los nazis siempre retratan personas bellas y saludables.

Otra frase no menos desconcertante de la cita tomada del ensayo de Ñaupari es aquella que refiere al cumplimiento de sus propias agendas o las de sus jefes, aquí o en el extranjero. ¿He leído bien? ¿Cuáles son esas agendas y quienes, exactamente, las tienen? Lo que parece estar diciendo Ñaupari es que hay escritores que escriben con el propósito de no ser leídos porque toman en consideración en primer lugar sus agendas, no a sus potenciales lectores.

Más adelante, Ñaupari señala: A esos seudo creadores habría que recordarles que los lectores peruanos quieren, a mi juicio, escapar del mundanal ruido nacional y vivir la vida de otros, por ejemplo, a través de un buen libro. O conocer en forma de ficción la vida privada o pública de sus antecesores. O leer sobre los mitos y leyendas provincianos, que las abuelas nos contaban para aterrarnos.

Si el panorama es como lo describe, no veo de qué tendría él, como escritor, de qué preocuparse ya que, si Ñaupari tiene razón, ha descubierto un nicho que él podría cubrir: se trataría de que él se pusiera a escribir los libros que el cliente reclama. Obsérvese que Ñaupari no habla de calidad literaria, sino de temas que serían del gusto del público y que harían furor en las librerías.

Si yo descubriera que todas las sangucherías fracasan porque dan un pésimo servicio al cliente haciendo sánguches desagradables, entonces ello no solamente no sería un problema sino que, por el contrario, sería una excelente oportunidad de hacer buenos negocios. Entonces ¿qué le preocupa a Ñaupari?


La cosa es simple si pensamos en términos de negocios. En el caso de los sánguches, la oportunidad se obtendría contratando a un buen chef y ofreciendo sánguches con una fórmula de calidad. El problema es que Ñaupari cae en el error del liberal ingenuo, que consiste en creer que todo problema humano se resuelve siguiendo no el principio de la libertad (creencia que debería definir a un liberal) sino el modelo del márketing. La molestia que muchos liberales me producen se debe a ese reduccionismo aberrante, que consiste en trasladar las estrategias de ventas a todas las formas de relación humana y de producción de sentido. La razón de la existencia del arte no es (ni puede ser) darle en la yema del gusto a nadie. Si el arte cumple una función enriquecedora, ello se debe a su fuerza inquietante. Si escribes algo con el fin de agradarme, yo no me voy a sentir interesado en absoluto. Si vas a escribir literatura con la finalidad de vender, es posible que, con suerte, tengas algún éxito de ventas. Hay gente que lo logra y bien por ellos. Pero en literatura, como en cualquier arte, lo que importa es la elaboración de obras de calidad. Conceder al principio del márketing (darle a la gente “lo que le gusta”) sería, precisamente, ceder en nuestra libertad, en la capacidad de enriquecer la experiencia y darle sentido a la vida. ¿Queremos de verdad abandonar esa expresión de nuestra libertad para sujetarla a los intereses del mercado?