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24 may. 2007

Giacosa y los bobos Por Daniel Salas

Sí, seguramente ya lo saben: Guillermo Giacosa es uno de esos columnistas que más me irritan. El otro es Andrés Bedoya Ugarteche pero a ese ¿quién se lo toma en serio? Al menos Giacosa es un maestro de darle mil vueltas a los mismos lugares comunes (esos de los cuales a veces es difícil zafarse), te trabaja el corazón y por eso aún (eso no se puede negar) es capaz de convencer, especialmente a quienes son proclives al antiamericanismo. Su pachotada de este jueves en Perú 21 es una muestra del exceso que puede cometer un comunicador manipulador y prejuicioso. Cuando se trata de los gringos, Giacosa no puede evitar recurrir a los argumentos más absurdos que, dirigidos contra otras naciones, podrían interpretarse como simple racismo o chauvinismo.

El texto publicado hoy en Perú 21 es curioso y, en resumen, se sostiene en dos argumentos:

1) Estados Unidos es un país de bobos, donde no vale la pena ir y

2) Es mejor hacer empresa en el propio país.

Veamos. Para comenzar, la demostración de lo primero es en realidad una exposición de la bobería del autor. Giacosa toma como ejemplo la anécdota de que, al hacer escala en Estados Unidos de paso hacia Londres, fue obligado a firmar un papel en el que declaraba, según sus palabras “que jamás había complotado para matar al presidente de los Estados Unidos (¡Dios mío, qué bobos son!)”. Giacosa, simpatizante de gobiernos autoritarios o abiertamente dictatoriales (Perón, Chávez, Castro), no parece entender ni conocer lo que significa un estado de derecho y por ello no comprende el valor de una prueba penal (por supuesto: allí donde se te juzga arbitrariamente, ¿de qué valen los documentos que demuestren tu culpabilidad o inocencia?). Hay que explicarle entonces que los que hemos tenido que pedir visa a Estados Unidos hemos debido firmar una declaración en la que, entre otras cosas, juramos no haber pertenecido al Partido Nazi, ni haber estado comprometidos como perpetradores del Holocausto ni estar interesados en cambiar el sistema de gobierno de aquel país. La razón, por supuesto, no es descartar que seamos criminales, sino darle al Estado norteamericano un documento que evite la limitación jurídica de la extraterritorialidad. Si no me pueden condenar por un delito cometido en otro país, al menos me pueden botar de Estados Unidos por haber incurrido en perjurio. Dado que el derecho funciona muy bien y las cortes son independientes, ellos prefieren guardar todas las pruebas documentales legalmente obtenibles a fin de facilitar tu expulsión cuando lo deseen. No es, pues, una bobada, sino un modo escrupulosamente legal de tener poder sobre lo que hayas hecho fuera de su territorio y en contra de sus intereses.

El segundo argumento no apela a la razón sino a un sentimentalismo nacionalista y anticapitalista totalmente acrítico. Giacosa presenta la visa a Estados Unidos como “ese sello de presunta entrada al paraíso”. No, claro que Estados Unidos no es un paraíso, pero no tiene que serlo para que se haya convertido en uno de los destinos más deseados por quienes no encuentran oportunidades en su propia tierra. Giacosa recurre aquí a la ironía para desacreditar un juicio que no es capaz de rebatir. La evidencia demuestra que Estados Unidos atrae inmigrantes no en razón de ninguna propaganda política, sino de su enorme y acogedor mercado laboral. Pero a Giacosa no le gusta que sea así y tiene que recurrir a la estrategia, lamentablemente muy repetida en tantos debates, que consiste en descalificar moralmente a que aquellos que defienden la postura contraria. Así, por ejemplo, si yo elogio las virtudes intelectuales de Mario Vargas Llosa, alguien como Giacosa me dirá que he convertido a ese escritor en un ídolo o un dios, o bien que me hago parte de un pensamiento hegemónico (sin dar ningún motivo razonable para invalidar el supuesto pensamiento hegemónico). Si digo que creo en la evolución o que defiendo los derechos de los gays, me responderá que me hago parte de una moda, sin dar ninguna explicación sobre porqué esa moda está mal.

Más adelante, Giacosa habla de un “individualismo contra natura que propone el capitalismo salvaje”, volviendo a la noción reaccionaria de que existen actos humanos naturales y otros anti naturales. Finalmente, cierra su argumentación con preguntas que ya tienen respuestas: “¿Optar por convertirse en un ciudadano de segunda clase en la superpotencia no es la solución más fácil y menos comprometida ante la desazón del desempleo? ¿Sabe el inmigrante todo lo que abandona? No son solo la familia o los hábitos cotidianos. Son también los códigos que constituyen nuestra forma de interpretar y decir el mundo.” Nuevamente, la idea no es recusar las posibilidades de encontrar mejores condiciones de vida fuera del Perú. Se trata de desacreditar moralmente a quienes toman la decisión de irse a Estados Unidos convirtiéndolos, de manera puramente retórica, en “ciudadanos de segunda clase”. Los seres humanos cuyas acciones no apoyan sus teorías del mundo, son gente equivocada, que renuncia a sus raíces y a su esencia. Es como si un zoólogo criticara a un león por no actuar como un verdadero león. Para Giacosa, la migración masiva hacia los Estados Unidos no es demostración de la salud de una economía; es, simplemente, una frivolidad, una claudicación cultural y, por tanto, un camino hacia la enajenación, siguiendo la sentencia (persuasiva, pero claramente falaz) de León Gieco: “desahuciado está el que tiene que marchar a vivir una cultura diferente”. Curiosamente, esto lo escribe Guillermo Giacosa, un izquierdista nostálgico, quien recurre a los mismos argumentos conservadores que un personaje de Jaime Bayly, y sobre el cual Silvio comentó en su post Por qué no se van del país . Curiosamente, además, esto lo escribe un ciudadano argentino que obtuvo en el Perú una oportunidad, un periodista a quien no se le negó el derecho emigrar y de integrarse a la sociedad peruana (para lo cual, se entiende, también tuvo que negociar su forma de vida y sus códigos). Él tuvo esa posibilidad pero le parece mal que otros la tengan en un país que odia. Por ello mismo, lo más lamentable que observo en esta columna es su actitud paternalista, más precisamente, su conservadurismo de izquierda. La gente, en efecto, emigra calculando que le va a ir mejor. Y esto, aunque puede implicar pérdidas afectivas y culturales, les resulta finalmente beneficioso y es por ello que ya no regresan. Giacosa quiere hacernos creer que, cuando esta mejoría se logra en los Estados Unidos, se trata de un beneficio ilusorio. Sin embargo, no ofrece ninguna razón para explicar por qué el progreso material es falso y plantea sus objeciones como una cuestión del corazón, un asunto de lealtad y de fe.

Irse a Estados Unidos o quedarse en el Perú son opciones absolutamente legítimas. Ambas implican riesgos y en ambas se pueden ganar méritos. No me parece mejor ni lo uno ni lo otro. El que se queda en el Perú puede enriquecer al país con sus capacidades; el que se va, deja abiertas otras para los que se quedan. Algunos países, como la Cuba que Giacosa admira, se benefician de las remesas que envían los inmigrantes. Obsérvese además que son los cubanos los que quieren irse a Estados Unidos y en ello arriesgan su vida, mientras que los estadounidenses viajan a Cuba para hacer turismo y para disfrutar de un ambiente que la inmensa mayoría de cubanos no se pueden pagar.

El conservadurismo de izquierda es una trampa sumamente peligrosa. Quiere imponer el sacrificio en aras de una idea, quiere negar la evidencia de los beneficios materiales con una dudosa noción de espiritualidad. Para ello, niega o manipula la evidencia. Giacosa ha sugerido en otras columnas que los genes humanos conducen al socialismo. En esta página que analizo sostiene: “Creo que no hemos explotado suficientemente la capacidad asociativa que descansa en los senderos más profundos de nuestro cerebro.” Acaso Giacosa olvida que la evolución implicó la extinción de la mayoría y la sobrevivencia de la minoría y que la historia humana ha consistido en el sacrificio de muchos en beneficio de unos pocos. Se trata de una forma de selección que, obviamente, no podemos aplicar a nuestra vida actual, si queremos construir una sociedad que tenga como eje la realización personal y no la construcción de voraces mitos estatistas que exigen más muertes y más sacrificios.

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