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24 ago. 2007

El rey de los criollos Por Daniel Salas

El último dislate de Rafael Rey (la invención del "Pisco 7.9") parece surgido de una candidez singular. Sobre Rey, no me extrañan ni su oportunismo ni su aversión al cambio, ni su horror a la insurgencia popular, ni su catolicismo reaccionario. Rey nunca me ha parecido un hipócrita pero sí lo veo, nítidamente, como un personaje incoherente que expresa, mejor que nadie, la inconsistencia de la derecha peruana. Se opone al aborto pero defiende a los asesinos de Barrios Altos; se declara liberal, pero no movería un dedo por los derechos de los gays; le entusiasma la globalización, pero expresa su enfado por la Corte Interamericana de Derechos Humanos (y eso es como decir "globalización, hasta aquí no más").

Frente a esta manera particular (muy extendida en la burguesía peruana) de ser liberal y conservador a la vez, el que se le haya ocurrido lanzar el "Pisco 7.9" parece un simple exabrupto, un entusiasmo irreflexivo. Parece, digo, porque en realidad creo que no lo es. Con esta lamentable anécdota, Rey ha puesto en evidencia una sensibilidad residual que aún cierta burguesía criolla cultiva. Me refiero a esa forma de vivir el criollismo a través de signos y prácticas como el caballo de paso, la marinera, la indumentaria del chalán, las celebraciones católicas, los valses y el buen pisco. Son signos aristocráticos mediante los cuales los criollos costeños expresan su pertenencia a la comunidad local y, a la vez, distinguen su poder. En la sierra, otros son los signos que ponen en escena el capital simbólico de los aristócratas locales (recordemos el primer capítulo y al Viejo de Los ríos profundos). Ese burgués criollo no quiere ser un extranjero y con esa finalidad recrea su identidad. A la vez necesita que no se lo confunda con las clases populares. Por eso, cuando Rafael Rey piensa en Pisco, lo primero que se le viene a la mente es nuestro aguardiente de uva, el signo distintivo que es también identitario, ya que puede ser tanto una bebida popular como un elíxir de lujo. En un momento crucial, en el que se necesita una cabeza fría para asumir el liderazgo, el criterio político fue desplazado por ese universo de signos con los que se identifica. Los signos que, además, le permiten hermosear ante los demás la violencia. Gustavo Faverón lo ha expresado muy bien, al señalar que este gesto expresa "la racionalidad del hacendado modoso que antes de pensar en el alivio de las víctimas, hacia adentro, inventa una finura para quedar bien ante los extraños, hacia afuera".

Como ya se sabe, esta sensibilidad está en retroceso. Hay nuevos burgueses migrantes, no criollos, que han empezado a dominar la escena y la Lima del puente y la alameda ha quedado en las estampas. Hasta donde recuerdo, Rey es autor de al menos un libro sobre el caballo de paso. No tengo nada contra esos animales pero sí tengo la fuerte sospecha de que, en el momento menos apropiado, esa manera de vivir el criollismo se apoderó de aquel conspicuo miembro del Opus Dei.

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