'Antígona' o la utilidad de la poesía Por Daniel Salas
A quien tenga dudas sobre el valor ético y cognitivo que puede alcanzar la poesía, le recomiendo la lectura de"Antígona", versión libre de José Watanabe de la famosa tragedia de Sófocles. Hay una manera (tal vez un poco vaga) de definir el estremecimiento que este extraordinario drama poético me produjo: vértigo ante lo absoluto.
"Antígona" nos recuerda que la poesía tiene una utilidad, que no es una pura expresión desconectada del mundo y la experiencia. La ética de la escritura es su compromiso con la búsqueda del sentido: un buen poema es "bueno" en un doble significado y, de esta manera, no hay cómo separar lo ético de lo estético. Así el arte que no busca este valor (el que, por ejemplo, subordina oportunistamente a lo que es conveniente o lo que vende) es, llanamente, fútil. Por esto mismo, al poeta (más precisamente, al verdadero escritor) nada le ha de repeler más que la banalidad, la gratificación egoísta y la vacuidad.
Lo poético nace y vive en la imaginación mítica. Tiene que ver con la constitución de lo distintivamente humano. Y un rasgo claramente constitutivo de la civilización es el entierro de los muertos, lo que no es el culto de la muerte sino, por el contrario, la sacralización de la vida. El sepelio es la negación de la obscenidad de la muerte, la puesta en escena del luto y nuestra manera de oponernos a lo fatal; es, justamente, lo contrario a la exposición carnicera de los cadáveres.
De modo que, incluso si la violencia y la guerra están justificadas, hay una ley divina que se halla por encima de cualquier ley humana: el derecho de enterrar, honrar y llorar a nuestros muertos. Creonte quiere dejar insepulto el cadáver de Polinices, que atacó a Tebas, por considerarlo un traidor. Antígona, hermana tanto de Polinices como de su contendor Etéocles, también muerto en la batalla, reclama que aquél también merece enterramiento, porque así lo manda un principio supremo.
Sófocles y Watanabe nos dicen que no debería haber gobierno que pretenda burlarse y pasar por encima de este derecho fundamental. Sin embargo, los peruanos los hemos tenido y todavía lo tenemos. ¿Aún no nos avergonzamos de que así sea?
Copio aquí algunos versos impresionantes:
"El movimiento fue simultáneo; una lanza avanzó y la otra vino
y así la muerte se hizo dos, pero entera en cada hermano".
"¿Cómo entrar danzando y cantando en los templos
si en la colina más dura hay un cuerpo sin enterramiento?
¿Cómo brindar, borrando de mis ojos lo que no ven
pero que ciertamente es?"
"¿Qué ha sucedido en mi patria
para que ojos tan jóvenes miren con tanta amargura?"
"¿Pretendes tú, mortal, prevalecer
por encima de las leyes no escritas pero inquebrantables de los dioses?"
"Sé bien
que Polinices venía a devastar nuestra patria y que Etéocles la defendía,
pero ahora, muertos, el Hades les otorga igualdad de derechos"
"Yo quise ser enterradora
y ser enterrada es el premio que he recogido"
"Curiosa es mi muerte. Mi cuerpo joven
no tiene destructora ni cruel enfermedad,
y aquí no espero el imposible de una espada ciega
para que yo muera regando mi sangre".
"Un extranjero que cruzara Tebas de paso
vería un pueblo de orden, un rey que gobierna
y un pueblo que labora calmo.
No vería las turbulencias debajo del agua mansa"
"Tú puedes jurar, rey, que tu trono está sobre amplias bases de mármol.
Yo lo veo al borde de un abismo"
"Antígona" nos recuerda que la poesía tiene una utilidad, que no es una pura expresión desconectada del mundo y la experiencia. La ética de la escritura es su compromiso con la búsqueda del sentido: un buen poema es "bueno" en un doble significado y, de esta manera, no hay cómo separar lo ético de lo estético. Así el arte que no busca este valor (el que, por ejemplo, subordina oportunistamente a lo que es conveniente o lo que vende) es, llanamente, fútil. Por esto mismo, al poeta (más precisamente, al verdadero escritor) nada le ha de repeler más que la banalidad, la gratificación egoísta y la vacuidad.
Lo poético nace y vive en la imaginación mítica. Tiene que ver con la constitución de lo distintivamente humano. Y un rasgo claramente constitutivo de la civilización es el entierro de los muertos, lo que no es el culto de la muerte sino, por el contrario, la sacralización de la vida. El sepelio es la negación de la obscenidad de la muerte, la puesta en escena del luto y nuestra manera de oponernos a lo fatal; es, justamente, lo contrario a la exposición carnicera de los cadáveres.
De modo que, incluso si la violencia y la guerra están justificadas, hay una ley divina que se halla por encima de cualquier ley humana: el derecho de enterrar, honrar y llorar a nuestros muertos. Creonte quiere dejar insepulto el cadáver de Polinices, que atacó a Tebas, por considerarlo un traidor. Antígona, hermana tanto de Polinices como de su contendor Etéocles, también muerto en la batalla, reclama que aquél también merece enterramiento, porque así lo manda un principio supremo.
Sófocles y Watanabe nos dicen que no debería haber gobierno que pretenda burlarse y pasar por encima de este derecho fundamental. Sin embargo, los peruanos los hemos tenido y todavía lo tenemos. ¿Aún no nos avergonzamos de que así sea?
Copio aquí algunos versos impresionantes:
"El movimiento fue simultáneo; una lanza avanzó y la otra vino
y así la muerte se hizo dos, pero entera en cada hermano".
"¿Cómo entrar danzando y cantando en los templos
si en la colina más dura hay un cuerpo sin enterramiento?
¿Cómo brindar, borrando de mis ojos lo que no ven
pero que ciertamente es?"
"¿Qué ha sucedido en mi patria
para que ojos tan jóvenes miren con tanta amargura?"
"¿Pretendes tú, mortal, prevalecer
por encima de las leyes no escritas pero inquebrantables de los dioses?"
"Sé bien
que Polinices venía a devastar nuestra patria y que Etéocles la defendía,
pero ahora, muertos, el Hades les otorga igualdad de derechos"
"Yo quise ser enterradora
y ser enterrada es el premio que he recogido"
"Curiosa es mi muerte. Mi cuerpo joven
no tiene destructora ni cruel enfermedad,
y aquí no espero el imposible de una espada ciega
para que yo muera regando mi sangre".
"Un extranjero que cruzara Tebas de paso
vería un pueblo de orden, un rey que gobierna
y un pueblo que labora calmo.
No vería las turbulencias debajo del agua mansa"
"Tú puedes jurar, rey, que tu trono está sobre amplias bases de mármol.
Yo lo veo al borde de un abismo"
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