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7 abr. 2008

"Papa-pan" y circo Por Carlos Vargas Salgado

Finalmente me quedó la duda: ¿y al Presidente le gustará la ópera? No sé si la ópera, pero al menos parece que sí se aficiona por ciertas formas de espectacularidad, sobre todo a cierto fasto de aliento barroco, como para no olvidar que el Dr. García es performático en todo lo que hace, y parece que también en lo que piensa.

Mi exordio tiene que ver con la forma en que el matrimonio religioso del tenor Juan Diego Flórez quiso ser convertido en espectáculo mediático, en particular (pero no solo) por la prensa pública. Quiso, digo, porque me dio la impresión que la cosa no funcionó: no llegó ninguna celebridad mayor, falló Brian Adams, Plácido andaba ocupado. Pero llegó el Dr. García, con hollywoodense despliegue policiaco, sí señor. Y de todas maneras la televisión pública se apuntó con un especial en vivo, la prensa desplegó fotografías de primera plana, la radio hizo eso que hace mejor: vociferó la misma noticia, a cada rato. Y el mensaje paradójico que transmitió fue, en mi lectura por supuesto, éste: un peruano de clase mundial muestra su éxito a su pueblo.

Pero detengámonos un rato allí: estoy de acuerdo en que los relatos de éxito de peruanos son preferibles a esos relatos de miseria de que está infestada nuestra prensa diaria. No estoy diciendo que Flórez no se merezca cámaras, júbilo, olor de multitud, en dos palabras: Fama (ni modo) y Reconocimiento (ojalá). Lo que digo es que esa forma de divulgación, ese conocimiento de nuestro nuevo icono de la peruanidad, se hace de la forma menos feliz posible: solo por la superficie. Que Flórez tiene una gran fortuna, y que la suya es una vida en donde se tocan con facilidad los lujos y las influencias a nivel mundial, está fuera de toda discusión. Pero es aún más indiscutible que Flórez es (o tiene) todo eso gracias a un talento artístico, es decir, a una capacidad personal para hacer sensible lo insensible, para conectarse de forma potente con diversos públicos en niveles profundos de sensibilidad humana. Ningún semidiós, ningún suertudo: simplemente un tipo con un gran don para comunicarse con la gente.

De manera que vender la imagen de Juan Diego Flórez a través de su matrimonio de ensueño, es ofrecer de Flórez aquello que menos valdría la pena comprar: que su novia lleva un vestido de 20 mil euros, que su modisto es el mismo de los príncipes. ¿Qué mercancía se está ofreciendo a los telespectadores? La más desnaturalizada presentación de un cantante, y quizás la más estúpida. Convertido en nuestro representante ante el jet set internacional, nuestro crédito nacional en el Show Business, Juan Diego Flórez es desperdiciado como lo que realmente podría ser: el aliciente para que una enorme mayoría de peruanos disfrute, hasta por sola curiosidad, de su arte.

Por ello hay que criticar que una TV pública gaste producción (léase, un montón de plata) en horas de transmisión de lo personal y en buena medida, de lo que está fuera de nuestra incumbencia, y no se haya concentrado mejor solamente en el verdadero acontecimiento público de la reciente visita de Flórez a Lima: el estreno de Rigoletto en el Teatro Alejandro Granda. Porque si una megaestrella del bel canto como Flórez, se estrena en esa obra eso es de por sí una noticia y de paso coloca al Perú en el mapa de la lírica mundial.

Al menos le reclamaremos a la Tv pública que gaste ahora en hacer un buen especial repitiendo las mejores partes, con alguien (ameno, por favor) explicando por qué la ópera puede ser popular y no un espectáculo de encopetados. Eso sería mejor que la caricatura de pan y circo que nos dieron. Salvo que alguien en nuestro culturoso Gobierno haya revisado que Rigoletto es, debajo de las arias esforzadas, una limpia y fluida requisitoria contra el poder del Duque de Mantua: un abusivo y libertino, prepotente y autor intelectual de asesinatos; en breve: una crítica a un reyezuelo desgraciado.

Pero no creo que eso sea posible, sinceramente no creo.