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18 jun. 2008

Mi tour criminal por Lima Por Carlos Vargas Salgado

El placer de llegar al Perú se interrumpe de inmediato con las advertencias que me hacen los familiares. “Por aquí no”, “no puedes tomar cualquier taxi”, “mejor que no se vean las maletas”. Y el taxista también se angustia: “¿Lleva algo de valor?”, se anima al fin a preguntar. De valor sentimental, pienso, pero no se lo digo. No es necesario: él asume que sí, y emprende una loca carrera por la Faucett que ahora entiendo, era su manera de protegerse, no de proteger mis maletas. En el viaje enloquecido (qué feo manejamos en el Perú, franco) me acompaña mi cuñado, periodista deportivo. Por ratos no lo escucho, quiero ver a la gente, los rostros. De pronto me doy cuenta que mi cuñado ha empezado a contarme cómo lo cuadraron, una vez, “allí, allí mismo” dice señalando una parte cerca de la Residencial San Felipe. “´Ta, menos mal no se dieron cuenta que traía mi nuevo Celu”, dice haciéndose el canchero. Ha empezado mi tour criminal por Lima, pienso, parece que ahora lo que hay que mostrar son los lugares donde suceden las desgracias. ¿O será mi propia angustia transferida? Tal vez, no lo negaremos por lo pronto. Es cierto que tengo mil otras imágenes de Lima, muchas agradables, pero esta vez todo me parecía un programa de visitas a lugares donde se exhiben muertos y accidentes.

Al día siguiente, un familiar me lleva por la Javier Prado, y me muestra con exaltación que no comprendo, el sitio mismo en que una mujer cayó desde una combi que había metido un frenazo. “Salió disparada, fiuuuu“ , y medio que se ríe. Tal vez es cuestión de la familia, me digo. Todos somos un poco nerviosos. Me voy a Miraflores a ver a mi mejor amiga, una escritora que está en sus buenos setentas. No me recibe con las últimas noticias del teatro nacional, no. Nuestra común pasión por el mundillo teatral limeño, esta vez, deja paso a su extenso, alambicado relato de la niña sudafricana a la que acaban de matar, “aquí cerquita, es en la esquina, como yendo a Larco te encuentras con el sitio”.

Mejor refugiarse en el teatro, decido. Llevemos a la niña al teatro, casi ordeno. Y vemos El Zorrito Audaz, en el Británico, el Gallo Rey del Mundo, con los Kusi Kusi. ¿Rasgos en común? Sí: fábulas de animalitos buenos huyendo de la violencia, una exagerada escopeta que amenaza matar a la linda Taruka hace llorar a mi hija, el Gallo comiéndose a sus hijos le disgusta por completo.

Mejor teatro para adultos, sugiero ya con miedo. Y Los Número Seis y su relato absurdista de lo violento nos vuelven a atrapar en el tema. (Escribí un comentario de esta obra, en mi Blog Mundo de Teatro)

Mejor vámonos al campo, sugiero a mi mujer. Nos enrumbamos a Cieneguilla, “cine-guía” como la rebautiza un amable caminante que nos indica la ruta. De pronto, entre mis acompañantes uno se manda con su relato turístico: “y por aquí es que trajeron aquella vez a Calígula, por acá se lo bajaron, sí”. Me quedo mudo, no sé si es cierto, pero suena real.

Otro taxista se anima a contarme cómo vio de cerca a la pobre tombita que se mató en la ALC UE. Casi me dice que por culpa de Evo. La “alcúe”, pienso, a pique todo ese nerviosismo del gobierno frente a los visitantes en mayo, ha pasado a los habitantes, se ha convertido en discurso fosilizado de conversaciones, de paseos por una ciudad tan apurada. A pique es hasta una política: “convenzámonos, esta es una ciudad peligrosa, aquí pasan cosas bravas”. Y prendo la tele y no puedo resistir la comparación: también Minneapolis-Saint Paul, la ciudad en que vivo temporalmente, tiene sus muertos, sus estrellados diarios en los highways, sus crímenes pasionales. Pero nunca salen tan destacados, con tanta importancia como las televisoras de señal abierta se empeñan en mostrar entre nosotros. La prensa en tv, como esos payasos que avientan baldazos al público, pero no de picapica sino de imágenes sangrientas. ¿Qué tendré, paranoia de peruanito agringado? ¿Manías de arequipeño rajón? De verdad que no lo sé.

Menos mal que me voy a Arequipa, pienso tontamente. En el Jorge Chávez, esperando nuestro vuelo, miro sin querer en dirección al mar y recuerdo los aviones que se cayeron, el de Alianza, el Aeroperú. Casi con alegría compruebo que también en esto, me asimilo rapidito a mi país.

P.S. Dije bien: “tontamente”, porque el sur empieza a parecer un polvorín, con el moqueguazo y las marchas de apoyo en la Ciudad Blanca. Es junio, pues, en junio siempre pasa. Y casi nadie lee los libros de Historia. Ya contaré algo de esto en otro post.