El regreso del dependentismo (I) Por Silvio Rendon
La teoría de la dependencia, en boga hace cuarenta años, parecía que había muerto. Pues, no. Sólo estaba de parranda. Siempre estuvo ahí, vivita y coleando.
Raúl Prebisch rompería fuegos a mediados del siglo pasado. Después vendría una serie de nombres como Paul Baran, Samir Amín, André Gunder Frank, Fernando Cardoso, Enzo Faletto, Teotonio Dos Santos, Ruy Mauro Marini. Esta sería la vieja escuela. En caravana los nombres pasan (parafraseando en algo a Gardel) y citando de memoria a Guillermo Rochabrún: "cuando enseño los debates de la teoría dependencia siento que estoy caminando sobre cadáveres".
Pues sí, en esta teoría el comercio internacional entre países ricos y países pobres es perjudicial para estos últimos. El que exporta materias primas e importa productos manufacturados, pierde; el que importa materias primas y exporta productos manufacturados, gana. Este esquema ya le viene bien a la burguesía compradora y a los monopolios extranjeros, pero no al conjunto del pueblo. El estado debe intervenir y desencadenar un proceso de industrialización de manera que las importaciones de manufacturas se vayan reduciendo, hasta constituir un sector que produzca bienes de capital. Bueno, habría mucho que decir al respecto, pero partiré de la base que esta forma de ver las cosas es conocida y no entraré a detalles que no son el motivo de este post. Sólo diré que según esta visión si hay dependencia, pues hay que cortar la dependencia. Hay que salirse de un sistema internacional que nos perjudica.
Esta teoría constituyó parte del clima intelectual y político de mediados de siglo. No sólo eso. Ganó la partida, como que muchos gobiernos latinoamericanos y en el mundo (Nasser en Egipto, Mossadegh en Irán, Nyereré en Tanzania, Lumumba en el Congo, Nehru en la India y otros) aplicaron políticas económicas bajo esos cánones. Algo de razón tenía Regis Debray, el intelectual francés que estuvo con Ernesto Guevara en Bolivia , cuando dijo que "en los años sesenta el socialismo pasó a la ofensiva sobre el capitalismo". Sí, ofensiva de muy corto aliento, pues tal socialismo caería estrepitosamente dos décadas después...
¿Y cómo así esta teoría cayó de su pedestal? Una visión sería que hubo una reacción en contra de parte los perjudicados por estas políticas, con el evidente apoyo del imperialismo: se argüirá que Pinochet derrocó a Allende, la CIA derrocó a Mossadegh, los belgas ejecutaron a Lumumba, etc. Y en general, los años setentas en Latinoamérica fueron un horizonte (prestándome el término de los arqueólogos) de dictaduras militares. Fiel a su punto de vista autocontenido, hasta los fracasos propios son culpa de otros. Sin embargo, no se puede tapar el solo con una mano. Por más rechazo que podamos tener al golpe de estado de Pinochet, la crisis económica sufrida en Chile durante Allende fue de tal magnitud que uno no puede sino preguntarse, ¿qué pasó? Un par de pistas las tenemos en Populismo Macroeconómico de Dornbusch y Edwards, donde analizan el caso de Chile con Allende y el Perú con García. No son factores externos, sino las malas políticas económicas las que llevan al fracaso.
Se puede ser un nacionalista petrolero y estatizar las empresas extranjeras, supuestamente para que el estado tenga más recursos. Los más pobres del país no ven mucho de esa riqueza, que se queda en manos de una burocracia que cegada por detentar el poder se corrompe muy pero muy rápidamente. Se puede redistribuir la tierra entre los campesinos, y el mundo tiene muchas experiencias de reformas agrarias, pero no necesariamente se resuelve el tema de la pobreza en el campo. Se puede redistribuir el poder dentro de las empresas, de los capitalistas a los trabajadores, sin que las empresas sufran un aumento sustancial de productividad. Todo lo contrario, se puede con esto destruir cualquier dinámica de innovación y eficiencia. Se puede expulsar a las empresas extranjeras, pero con esto no se crece más, sino todo lo contrario. Los recursos que un país pueda tener, como el petróleo o el gas, se quedan bien guardados en el subsuelo, sin aliviar la pobreza de nadie. No se puede redistribuir lo que no se produce.
En el Perú se llegó muy tarde a la ISI (Industrialización por Sustitución de Importaciones), algo en los sesentas, pero básicamente en los setentas con Velasco. Entramos a los ochentas con mucho más experiencia y menos candor sobre estos temas. La producción académica se centró en entender el manejo macroeconómico, los mercados laborales, los mercados financieros, la economía campesina, las economías regionales, la economía industrial. Se pasó a analizar los mecanismos específicos de funcionamiento de la economía. Se pasó a buscar verificación empírica para las afirmaciones que se hacían. Un cambio importante. Posiblemente, la imagen del país en años anteriores fue formada con evidencias menos cuantitativas, en base a textos literarios, a visiones sumarias de la realidad peruana, a modelos conceptuales que no habían sido cotejados con los hechos. En esta búsqueda la teoría de la dependencia no tenía mucho que decir.
Un ejemplo de investigación que rompería mitos sobre el campo peruano fue el de Adolfo Figueroa con su trabajo sobre la economía campesina. Fue al campo a investigar a la familia campesina como unidad económica y descubrió que, contrariamente a lo que sostenían las visiones dualistas, se trataba de lo que llamaríamos una economía abierta, una unidad integrada al mercado capitalista que funcionaba tomando decisiones de portafolio bajo incertidumbre. Nada de especulaciones, nada de denuncias. Los problemas están dentro del país y dentro están las soluciones.
En la Universidad de San Marcos, los estudiantes de ciencias sociales en los ochentas se podían dividir básicamente entre quijanistas y cotleristas. Los primeros, discípulos de Aníbal Quijano, tal vez el más firme representante peruano del dependentismo en esas décadas. Los segundos, discípulos de Julio Cotler, quien incidiría, antes que en la dependencia externa y el sometimiento de las clases locales a ésta, en la fragmentación de la sociedad peruana. Tengo la percepción que este debate lo ganó, si cabe ganar un debate así, el segundo. El dependentismo entró en retroceso...
Curiosamente, este distanciamiento de la teoría de la dependencia, en los años ochenta, coincidió con la crisis de la deuda, la campaña de Fidel Castro para que los países del mundo no la paguen, y los gobiernos de los populismos económicos en buena parte de la región, en un contexto de retorno a la democracia. Salvo el gobierno de Alan García en el Perú, los otros gobiernos populistas fueron muy cuidadosos en hacer buena letra hacia afuera. Se esforzaron por evitar cualquier confrontación. Fueron los años de la "década perdida" en que, salvo Colombia y Chile, los países latinoamericanos no crecieron. García se quedó solo en su belicosidad antiimperialista. Izó la bandera panameña en Palacio cuando se produjo la invasión de Panamá, pero ahí nomás. (Veinte años después, García también se ha quedado solo, pero por razones diferentes. Hoy, cuando la región vira hacia gobiernos izquierdistas, García está en off side como uno de los presidentes más derechistas de la región. Parajodas de la vida....).
Así, la década de los ochentas acabaría mal. No sólo García en el Perú, sino otros gobiernos populistas de la región. Recordemos cómo Alfonsín en la Argentina tuvo que acabar su mandato antes de tiempo, pidiendo chepa. Fueron gobiernos de discursos redistribucionistas los que protagonizaron la década pérdida con su secuela de inflación, pobreza, y malestar social. Gobiernos que dijeron una cosa para obtener resultados opuestos....
(Continuará)
Raúl Prebisch rompería fuegos a mediados del siglo pasado. Después vendría una serie de nombres como Paul Baran, Samir Amín, André Gunder Frank, Fernando Cardoso, Enzo Faletto, Teotonio Dos Santos, Ruy Mauro Marini. Esta sería la vieja escuela. En caravana los nombres pasan (parafraseando en algo a Gardel) y citando de memoria a Guillermo Rochabrún: "cuando enseño los debates de la teoría dependencia siento que estoy caminando sobre cadáveres".
Pues sí, en esta teoría el comercio internacional entre países ricos y países pobres es perjudicial para estos últimos. El que exporta materias primas e importa productos manufacturados, pierde; el que importa materias primas y exporta productos manufacturados, gana. Este esquema ya le viene bien a la burguesía compradora y a los monopolios extranjeros, pero no al conjunto del pueblo. El estado debe intervenir y desencadenar un proceso de industrialización de manera que las importaciones de manufacturas se vayan reduciendo, hasta constituir un sector que produzca bienes de capital. Bueno, habría mucho que decir al respecto, pero partiré de la base que esta forma de ver las cosas es conocida y no entraré a detalles que no son el motivo de este post. Sólo diré que según esta visión si hay dependencia, pues hay que cortar la dependencia. Hay que salirse de un sistema internacional que nos perjudica.
Esta teoría constituyó parte del clima intelectual y político de mediados de siglo. No sólo eso. Ganó la partida, como que muchos gobiernos latinoamericanos y en el mundo (Nasser en Egipto, Mossadegh en Irán, Nyereré en Tanzania, Lumumba en el Congo, Nehru en la India y otros) aplicaron políticas económicas bajo esos cánones. Algo de razón tenía Regis Debray, el intelectual francés que estuvo con Ernesto Guevara en Bolivia , cuando dijo que "en los años sesenta el socialismo pasó a la ofensiva sobre el capitalismo". Sí, ofensiva de muy corto aliento, pues tal socialismo caería estrepitosamente dos décadas después...
¿Y cómo así esta teoría cayó de su pedestal? Una visión sería que hubo una reacción en contra de parte los perjudicados por estas políticas, con el evidente apoyo del imperialismo: se argüirá que Pinochet derrocó a Allende, la CIA derrocó a Mossadegh, los belgas ejecutaron a Lumumba, etc. Y en general, los años setentas en Latinoamérica fueron un horizonte (prestándome el término de los arqueólogos) de dictaduras militares. Fiel a su punto de vista autocontenido, hasta los fracasos propios son culpa de otros. Sin embargo, no se puede tapar el solo con una mano. Por más rechazo que podamos tener al golpe de estado de Pinochet, la crisis económica sufrida en Chile durante Allende fue de tal magnitud que uno no puede sino preguntarse, ¿qué pasó? Un par de pistas las tenemos en Populismo Macroeconómico de Dornbusch y Edwards, donde analizan el caso de Chile con Allende y el Perú con García. No son factores externos, sino las malas políticas económicas las que llevan al fracaso.
Se puede ser un nacionalista petrolero y estatizar las empresas extranjeras, supuestamente para que el estado tenga más recursos. Los más pobres del país no ven mucho de esa riqueza, que se queda en manos de una burocracia que cegada por detentar el poder se corrompe muy pero muy rápidamente. Se puede redistribuir la tierra entre los campesinos, y el mundo tiene muchas experiencias de reformas agrarias, pero no necesariamente se resuelve el tema de la pobreza en el campo. Se puede redistribuir el poder dentro de las empresas, de los capitalistas a los trabajadores, sin que las empresas sufran un aumento sustancial de productividad. Todo lo contrario, se puede con esto destruir cualquier dinámica de innovación y eficiencia. Se puede expulsar a las empresas extranjeras, pero con esto no se crece más, sino todo lo contrario. Los recursos que un país pueda tener, como el petróleo o el gas, se quedan bien guardados en el subsuelo, sin aliviar la pobreza de nadie. No se puede redistribuir lo que no se produce.
En el Perú se llegó muy tarde a la ISI (Industrialización por Sustitución de Importaciones), algo en los sesentas, pero básicamente en los setentas con Velasco. Entramos a los ochentas con mucho más experiencia y menos candor sobre estos temas. La producción académica se centró en entender el manejo macroeconómico, los mercados laborales, los mercados financieros, la economía campesina, las economías regionales, la economía industrial. Se pasó a analizar los mecanismos específicos de funcionamiento de la economía. Se pasó a buscar verificación empírica para las afirmaciones que se hacían. Un cambio importante. Posiblemente, la imagen del país en años anteriores fue formada con evidencias menos cuantitativas, en base a textos literarios, a visiones sumarias de la realidad peruana, a modelos conceptuales que no habían sido cotejados con los hechos. En esta búsqueda la teoría de la dependencia no tenía mucho que decir.
Un ejemplo de investigación que rompería mitos sobre el campo peruano fue el de Adolfo Figueroa con su trabajo sobre la economía campesina. Fue al campo a investigar a la familia campesina como unidad económica y descubrió que, contrariamente a lo que sostenían las visiones dualistas, se trataba de lo que llamaríamos una economía abierta, una unidad integrada al mercado capitalista que funcionaba tomando decisiones de portafolio bajo incertidumbre. Nada de especulaciones, nada de denuncias. Los problemas están dentro del país y dentro están las soluciones.
En la Universidad de San Marcos, los estudiantes de ciencias sociales en los ochentas se podían dividir básicamente entre quijanistas y cotleristas. Los primeros, discípulos de Aníbal Quijano, tal vez el más firme representante peruano del dependentismo en esas décadas. Los segundos, discípulos de Julio Cotler, quien incidiría, antes que en la dependencia externa y el sometimiento de las clases locales a ésta, en la fragmentación de la sociedad peruana. Tengo la percepción que este debate lo ganó, si cabe ganar un debate así, el segundo. El dependentismo entró en retroceso...
Curiosamente, este distanciamiento de la teoría de la dependencia, en los años ochenta, coincidió con la crisis de la deuda, la campaña de Fidel Castro para que los países del mundo no la paguen, y los gobiernos de los populismos económicos en buena parte de la región, en un contexto de retorno a la democracia. Salvo el gobierno de Alan García en el Perú, los otros gobiernos populistas fueron muy cuidadosos en hacer buena letra hacia afuera. Se esforzaron por evitar cualquier confrontación. Fueron los años de la "década perdida" en que, salvo Colombia y Chile, los países latinoamericanos no crecieron. García se quedó solo en su belicosidad antiimperialista. Izó la bandera panameña en Palacio cuando se produjo la invasión de Panamá, pero ahí nomás. (Veinte años después, García también se ha quedado solo, pero por razones diferentes. Hoy, cuando la región vira hacia gobiernos izquierdistas, García está en off side como uno de los presidentes más derechistas de la región. Parajodas de la vida....).
Así, la década de los ochentas acabaría mal. No sólo García en el Perú, sino otros gobiernos populistas de la región. Recordemos cómo Alfonsín en la Argentina tuvo que acabar su mandato antes de tiempo, pidiendo chepa. Fueron gobiernos de discursos redistribucionistas los que protagonizaron la década pérdida con su secuela de inflación, pobreza, y malestar social. Gobiernos que dijeron una cosa para obtener resultados opuestos....
(Continuará)
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