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8 feb. 2007

Reformas del estado y casilleros vacíos Por Silvio Rendon

Leo dos artículos con el mismo título "La reforma del Estado", uno escrito por Javier Diez Canseco en La Primera el 7 de febrero, y otro escrito por Claudia Cooper en Gestión el 6 de febrero. Ambos critican al enfoque del gobierno sobre esta reforma permanente, porque nunca acaba, pero desde puntos de vista diferentes. Veamos:

- Javier Diez Canseco:
La reforma del Estado
...
En el clásico estilo neoliberal, su mensaje central ha sido el recortar el gasto público, la burocracia y la duplicación de esfuerzos. En síntesis, reducir el tamaño del Estado como el eje de la reforma. No se trata pues de recuperar el papel del Estado como expresión de la soberanía nacional, como planificador y concertador del desarrollo del país, ni de que el Estado sea un efectivo redistribuidor del ingreso nacional para construir una sociedad más justa y con menos pobreza, ni de que el Estado garantice los derechos básicos de las mayorías excluidas y les abra –en coordinación con la actividad privada– oportunidades de desarrollo y bienestar.
- Claudia Cooper:
La Reforma del Estado
...
La ausencia de seguimiento de los procesos implementados es otra dolencia del Estado peruano. Se traduce en anuncios de medidas que se constituyen en un fin en si mismas y no en el inicio de un proceso de más largo plazo destinado al cumplimiento de objetivos perceptibles por la población. Así, en lo referente a las importantes acciones tomadas por el Gobierno como la evaluación de profesores, la negociación con Telefónica, el aporte minero y el proceso presupuestal basado en resultados, refuerzan a idea de que cada anuncio del ejecutivo es tratado como lo esencial, dejando el cumplimiento objetivos finales como la mejora en la calidad educativa, la mayor cobertura de telefonía e infraestructura pública y el gasto por resultados, relegados a un segundo lugar. Si hacemos la analogía con el sector privado, es como medir a un gerente en base a las visitas o llamadas que hace para vender un producto y no las ventas efectivamente logradas.
Hace poco un lector comentaba:
Al menos en mi generacion, veo que las discuciones (si las hay) ya no son entre izquierda y derecha. O anti-imperialista y americanista. O Haya y Mariategui. Seria muy pretensioso hablar en nombre de mi generacion, por lo cual me remitiré a lo que he visto.

La discusión es: eres corrupto (vendido) o no-corrupto (comprometido). Eres academico(técnico) o no-academico (político). Tienes autoridad moral y/o autoridad intelectual, para decir y hacer las cosas.
Decir que se quiere una sociedad más justa no es decir mucho. La cosa es cómo. Quedarse en el tema de estado-grande-bueno y progre vs estado-pequeño-malo y neoliberal, es plantear las cosas mal. La gente ya no va por ahí. Son los términos obsoletos que rechaza el joven lector. Además, ¿por qué es malo reducir la burocracia y la duplicación de esfuerzos? Se quiere un aparato estatal eficiente, ¿o no? En fin, Javier Diez Canseco está en otra.

Otro punto de vista es hacer un estudio de movimientos de cómo funciona el aparato estatal y apuntar a las soluciones. Aquí también se piensa en las grandes mayorías, sólo que con otra terminología: se busca "el cumplimiento de objetivos perceptibles por la población". En tal sentido, lo que señala Claudia Cooper, muy crítica con el gobierno, hubiera podido ser suscrito por cualquier dirigente izquierdista moderno, de los que no existen en el país. Hace poco en este blog señalaba también la debilidad de una derecha democrática y liberal, respetuosa de los derechos humanos. Sin embargo, ¿y las izquiedas qué? Al parecer, siguen empecinadas en no existir. Su respuesta al "ser o no ser" de Hamlet ha sido "no ser".

Aquí también hay un "casillero vacío". Obviamente, se entiende que toda fuerza política necesita combinar los aspectos técnicos con los aspectos emocionales. Recordemos sino el fracaso de Mario Vargas Llosa en 1990. No pegó. Si él decía "voy a bajar la inflación a cero", se la cambiaban diciéndole: "Ahh, vas a dar un shock, ¿no?. Ahh. Ya, te manyo". Al final, le hicieron cargamontón, callejón oscuro y apanado, todo junto. Perdió, pues. Y encima le robaron el programa. Y el equipo. Algo parecido pasa en otros sectores políticos. Me dateaban, en forma algo exagerada supongo, que en las últimas elecciones un bien intencionado profesional y político proponía como consigna electoral: "¡por una inversión eficiente en carreteras!". No, pues, maestro. Eso tampoco entusiasma a nadie. Así se pierde. La campaña electoral es la campaña, el gobierno es el gobierno. No hay que confundir. El político que quiere enfrentar los asuntos técnicos de gobierno como si todavía estuviera en campaña no la hace. El político que quiere enfrentar los asuntos de campaña como si ya estuviera en el gobierno tampoco la hace. Cada momento tiene sus reglas. Según el Kohélet (Libro del Predicador) "Todo tiene su momento, y hay un tiempo para cada cosa debajo del cielo".

Los partidos políticos, las izquierdas y derechas, seguirán con su simbología y su folklore. Son tradiciones políticas que no se rompen así nomás, ni se tienen por qué romper. Sin embargo, el país ganaría mucho con izquierdas algo menos entrampadas en viejos slogans y más orientadas a temas más concretos, y con derechas más principistas y comprometidas con temas cruciales como los derechos humanos.

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