Heraud Por Daniel Salas
El traslado de los restos del poeta y guerrillero Javier Heraud ha removido el mito el joven escritor comprometido que muere en una causa justa y que sirve de guía a un mundo que, sumergido en el utilitarismo, ha perdido la ilusión. Heraud es como la encarnación del idealismo que nos llama a recuperar los ideales, el joven soñador que nos enfrenta al imperativo de soñar. Por supuesto, me toca una vez más disentir.
Mi interés no es cuestionar a la persona. Por los testimonios de quienes lo conocieron personalmente, cabe convenir que Javier Heraud era un hombre bueno, cuya ética estaba fuertemente compelida por la indignación (que todos deberíamos tener) ante la pobreza y la injusticia. Como poeta, pienso que era bastante mediano, si bien demostró la inusitada energía que requiere un escritor de vocación. Es posible especular que murió demasiado joven (veintiún años) como para que su obra madurara y alcanzara el nivel de dos poetas que sí me parecen grandes, como Antonio Cisneros y Rodolfo Hinostroza.
Pero justamente aquí está mi punto: de haber sobrevivido a la experiencia guerrillera, hubiera sido más útil para el Perú, sin lugar a dudas. Por tanto, su muerte no signfica para mí el encumbramiento de un idealista que señala la pauta que debemos seguir, sino todo lo contrario: en mi opinión, Javier Heraud debería representar lo que los jóvenes peruanos no deben hacer, el camino que no deben seguir.
Me parece muy fácil idealizar el sacrificio cuando el sacrificado es otro. Lamentablemente, es lo que encuentro en esta nota de Marco Martos sobre el poeta y en la que se dice:
En una época en la que lo que más escasea son los ideales, su aventura política es incomprensible para muchos, o peor, desconocida, ignorada. […]
Nietzsche vaticinó a fines del siglo XIX el peligro de que las futuras generaciones sean formadas por una ciencia altamente tecnificada que solo persigue fines utilitarios medibles en monedas, totalmente alejada de fines humanísticos que no son otra cosa que el amor entre los seres humanos. Tragedia que vivimos ahora.
Martos quiere rescatar al héroe y llamar la atención sobre el valor de su hazaña. Por el contrario, a mí me parecería muy bien que tal aventura política permanezca incompredida, desconocida e ignorada. La razón que ofrezco es muy simple: el camino de Heraud es letal, peligroso, perjudicial. Multiplica la pobreza y alimenta el sufrimiento. Nada positivo puede rastrearse en sus ideales políticos. La Cuba que amaba es una horrenda tiranía. No ha producido hombres y mujeres nuevos, sino individuos sometidos, acallados y empobrecidos. Y en el Perú, los mayores beneficiarios de las guerrillas han sido los cárteles del narcotráfico y los políticos corruptos.
Es bueno soñar, siempre y cuando el sueño esté regido por la lucidez. La muerte de Heraud me parece lamentable no por lo que significó sino por el signficado perdido. No ganamos nada con la alabanza de la muerte.Si me pidieran nombrar personajes que me parezcan más encomiables, preferiría María Elena Moyano, Pascuala Rosado o, fuera del Perú, a Arnulfo Romero, es decir, no aquellos que persiguieron la muerte sino quienes se encontraron con ella.
Mi interés no es cuestionar a la persona. Por los testimonios de quienes lo conocieron personalmente, cabe convenir que Javier Heraud era un hombre bueno, cuya ética estaba fuertemente compelida por la indignación (que todos deberíamos tener) ante la pobreza y la injusticia. Como poeta, pienso que era bastante mediano, si bien demostró la inusitada energía que requiere un escritor de vocación. Es posible especular que murió demasiado joven (veintiún años) como para que su obra madurara y alcanzara el nivel de dos poetas que sí me parecen grandes, como Antonio Cisneros y Rodolfo Hinostroza.
Pero justamente aquí está mi punto: de haber sobrevivido a la experiencia guerrillera, hubiera sido más útil para el Perú, sin lugar a dudas. Por tanto, su muerte no signfica para mí el encumbramiento de un idealista que señala la pauta que debemos seguir, sino todo lo contrario: en mi opinión, Javier Heraud debería representar lo que los jóvenes peruanos no deben hacer, el camino que no deben seguir.
Me parece muy fácil idealizar el sacrificio cuando el sacrificado es otro. Lamentablemente, es lo que encuentro en esta nota de Marco Martos sobre el poeta y en la que se dice:
En una época en la que lo que más escasea son los ideales, su aventura política es incomprensible para muchos, o peor, desconocida, ignorada. […]
Nietzsche vaticinó a fines del siglo XIX el peligro de que las futuras generaciones sean formadas por una ciencia altamente tecnificada que solo persigue fines utilitarios medibles en monedas, totalmente alejada de fines humanísticos que no son otra cosa que el amor entre los seres humanos. Tragedia que vivimos ahora.
Martos quiere rescatar al héroe y llamar la atención sobre el valor de su hazaña. Por el contrario, a mí me parecería muy bien que tal aventura política permanezca incompredida, desconocida e ignorada. La razón que ofrezco es muy simple: el camino de Heraud es letal, peligroso, perjudicial. Multiplica la pobreza y alimenta el sufrimiento. Nada positivo puede rastrearse en sus ideales políticos. La Cuba que amaba es una horrenda tiranía. No ha producido hombres y mujeres nuevos, sino individuos sometidos, acallados y empobrecidos. Y en el Perú, los mayores beneficiarios de las guerrillas han sido los cárteles del narcotráfico y los políticos corruptos.
Es bueno soñar, siempre y cuando el sueño esté regido por la lucidez. La muerte de Heraud me parece lamentable no por lo que significó sino por el signficado perdido. No ganamos nada con la alabanza de la muerte.Si me pidieran nombrar personajes que me parezcan más encomiables, preferiría María Elena Moyano, Pascuala Rosado o, fuera del Perú, a Arnulfo Romero, es decir, no aquellos que persiguieron la muerte sino quienes se encontraron con ella.
Etiquetas: Javier Heraud, María Elena Moyano, Pascuala Rosado
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