El sur en junio Por Carlos Vargas Salgado
Por qué el mes de junio tiene algo provocador para gestas populares en el sur, es algo que no me atrevo a explicar. De hecho la antigua rebelión de junio del 50 en Arequipa, nacida por una protesta de alumnos del Colegio Independencia, tomó cariz de insurgencia regional, y era, como muchos han determinado luego, básicamente una reivindicación de aire independentista, regionalista, entiéndase bien (Aquí lean cómo es recordada). "Centralista" empezaba a ser el apellido con el que ya llamábamos a la Capital.
Por eso cuando 52 años después, otro mes de junio en Arequipa (ver breve análisis que hace el sociólogo arequipeño José Luis Ramos)vio crecer una protesta de la nada, movida por un Frente de Defensa que solo medio año después desaparecería, organizada por la furia, la bronca por la postergación y pretextando la no privatización de la empresa regional de electricidad, EGASA; los resabios de la protesta, las ganas de salir a las calles y simplemente reclamar a gritos, a ollazos volvieron a conectar a prácticamente la totalidad de la ahora ya enorme ciudad. Bueno, no sería tan casual si se piensa, casi con Jung, que en las entrañas mismas del Misti se encuentra la Central Hidroeléctrica Charcani V, que abastece del servicio que administra Egasa. Pero eso sería materia de una larga conversa.
El caso es que estos fenómenos sociales en el Sur (Puno, Moquegua, Arequipa y Tacna) han dejado hace rato de ser curiosidades para nosotros, los sureños, y tengo la sensación que a pesar de la frecuencia con que se presentan, lamentablemente no han logrado labrar en la consciencia de los gobernantes de turno la convicción de actuar con respeto a los reclamos. Pues es cierto que hay una tendencia pasionista por la revuelta popular, a veces caótica, y con frecuencia violenta. No creo ser el único en creer que esta región, la macrorregión sur, que es una sola unidad económica, es propensa a protestas de profundo alcance. Así, las constantes insurrecciones locales en el altiplano y las tomas de vías en Tacna o Moquegua, obedecen a patrones culturales semejantes: poblaciones convencidas de postergación, maltrato y marginalidad que se expresan de forma inicialmente desordenada, desconociendo al Estado e nterpretando el concepto de lo justo de forma muy independiente.
Pero en el caso del Moqueguazo, las circunstancias parecen ser y no ser las mismas, es decir, en comparación por ejemplo con el Arequipazo del 2002 (que viví allí mismo), y aquí adelantaría algunas de ellas, en aras de llamarlos a conversar un poco sobre este asunto:
Primero, las similitudes son varias: para comenzar, hay derechos vulnerados, palabras incumplidas (nótese que se trata de dos regímenes diferentes). La protesta popular se gesta por contagio casi familiar, el deseo de salir a las calles y defender el orgullo regional también parecen comunes a ambos casos. No hay adoctrinamiento previo. El aire de insurrección, de desconocimiento de la autoridad limeña también es común, y cómo no, los que somos del sur sabemos que eso es casi una divisa: oponerse al que juega casi siempre a ser una suerte de autoritario hermano mayor, y al que casi siempre se le dobla la mano. ¿Es una cuestión infantil? Tal vez sí, pero yendo a los hechos, hemos de aceptar que probablemente mucha de esa revancha alienta la protesta: el ver por un rato trastabillar a un poder centralista que se ufana de hacer esperar a nuestras autoridades en la trastienda.
Pero lo que llama la atención en el moqueguazo, esta vez, es algo que creo no haber visto tan claro en el 2002: hubo cierto orden militar, agazapado, cierta inteligencia estratégica para la ubicación de la protesta. Empezando por el lugar en donde se organizó la toma, el puente Montalvo que bloquea el acceso a tres departamentos juntos, y casi a la carretera que conecta con Puno y Bolivia. Cierto que me estoy basando (estoy en AQP) en los informes radiales arequipeños (La Exitosa, Melodía www.melodia.com.pe), la televisión regional PERU TV (se puede ver por Jump TV), y el reciente informe de Hildebrandt Chávez para agenciaperu (ver), al que quitándole ese pésimo estilo "Matrix chicha" para la edición, sí provee de alguna información sobre las ubicaciones y movimientos. La presencia de los reservistas de Humala (de gran presencia y organización en todo el sur) es el otro detalle a tomar en cuenta. Y aunque creo que el gobierno se equivoca una vez más, en atribuir la protesta a grupos que soliviantan a poblaciones, se olvida que en la experiencia de Arequipa del 2002, fue exactamente al revés: la revuelta desorganizada va tomando forma con los días, o va aceptando (este caso me parece el del moqueguazo) liderazgos ocasionales, que han aprendido a hacerse eco de protestas que por justas tendrán siempre un apoyo mayoritario.
¿Estamos ante un nuevo orden de la protesta? ¿Se trata ahora de ubicar los puntos neurálgicos, los aspectos que indignan a la población, para aplicar a ellos métodos paramilitares?
Por eso cuando 52 años después, otro mes de junio en Arequipa (ver breve análisis que hace el sociólogo arequipeño José Luis Ramos)vio crecer una protesta de la nada, movida por un Frente de Defensa que solo medio año después desaparecería, organizada por la furia, la bronca por la postergación y pretextando la no privatización de la empresa regional de electricidad, EGASA; los resabios de la protesta, las ganas de salir a las calles y simplemente reclamar a gritos, a ollazos volvieron a conectar a prácticamente la totalidad de la ahora ya enorme ciudad. Bueno, no sería tan casual si se piensa, casi con Jung, que en las entrañas mismas del Misti se encuentra la Central Hidroeléctrica Charcani V, que abastece del servicio que administra Egasa. Pero eso sería materia de una larga conversa.
El caso es que estos fenómenos sociales en el Sur (Puno, Moquegua, Arequipa y Tacna) han dejado hace rato de ser curiosidades para nosotros, los sureños, y tengo la sensación que a pesar de la frecuencia con que se presentan, lamentablemente no han logrado labrar en la consciencia de los gobernantes de turno la convicción de actuar con respeto a los reclamos. Pues es cierto que hay una tendencia pasionista por la revuelta popular, a veces caótica, y con frecuencia violenta. No creo ser el único en creer que esta región, la macrorregión sur, que es una sola unidad económica, es propensa a protestas de profundo alcance. Así, las constantes insurrecciones locales en el altiplano y las tomas de vías en Tacna o Moquegua, obedecen a patrones culturales semejantes: poblaciones convencidas de postergación, maltrato y marginalidad que se expresan de forma inicialmente desordenada, desconociendo al Estado e nterpretando el concepto de lo justo de forma muy independiente.
Pero en el caso del Moqueguazo, las circunstancias parecen ser y no ser las mismas, es decir, en comparación por ejemplo con el Arequipazo del 2002 (que viví allí mismo), y aquí adelantaría algunas de ellas, en aras de llamarlos a conversar un poco sobre este asunto:
Primero, las similitudes son varias: para comenzar, hay derechos vulnerados, palabras incumplidas (nótese que se trata de dos regímenes diferentes). La protesta popular se gesta por contagio casi familiar, el deseo de salir a las calles y defender el orgullo regional también parecen comunes a ambos casos. No hay adoctrinamiento previo. El aire de insurrección, de desconocimiento de la autoridad limeña también es común, y cómo no, los que somos del sur sabemos que eso es casi una divisa: oponerse al que juega casi siempre a ser una suerte de autoritario hermano mayor, y al que casi siempre se le dobla la mano. ¿Es una cuestión infantil? Tal vez sí, pero yendo a los hechos, hemos de aceptar que probablemente mucha de esa revancha alienta la protesta: el ver por un rato trastabillar a un poder centralista que se ufana de hacer esperar a nuestras autoridades en la trastienda.
Pero lo que llama la atención en el moqueguazo, esta vez, es algo que creo no haber visto tan claro en el 2002: hubo cierto orden militar, agazapado, cierta inteligencia estratégica para la ubicación de la protesta. Empezando por el lugar en donde se organizó la toma, el puente Montalvo que bloquea el acceso a tres departamentos juntos, y casi a la carretera que conecta con Puno y Bolivia. Cierto que me estoy basando (estoy en AQP) en los informes radiales arequipeños (La Exitosa, Melodía www.melodia.com.pe), la televisión regional PERU TV (se puede ver por Jump TV), y el reciente informe de Hildebrandt Chávez para agenciaperu (ver), al que quitándole ese pésimo estilo "Matrix chicha" para la edición, sí provee de alguna información sobre las ubicaciones y movimientos. La presencia de los reservistas de Humala (de gran presencia y organización en todo el sur) es el otro detalle a tomar en cuenta. Y aunque creo que el gobierno se equivoca una vez más, en atribuir la protesta a grupos que soliviantan a poblaciones, se olvida que en la experiencia de Arequipa del 2002, fue exactamente al revés: la revuelta desorganizada va tomando forma con los días, o va aceptando (este caso me parece el del moqueguazo) liderazgos ocasionales, que han aprendido a hacerse eco de protestas que por justas tendrán siempre un apoyo mayoritario.
¿Estamos ante un nuevo orden de la protesta? ¿Se trata ahora de ubicar los puntos neurálgicos, los aspectos que indignan a la población, para aplicar a ellos métodos paramilitares?
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