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18 set. 2007

Sobre la palabra pública Por Fredy Roncalla

Acabo de recibir la invitación de participar en Gran Combo Club. Y participo con algunos apuntes sobre la palabra pública a partir del incidente entre Martha Hildebrant y Maria Cleofe Sumire. Se ha dicho mucho al respecto y saludo los comentarios y pronunciamientos de estudiantes, intelectuales, periodistas y diversos sectores de opinión en su condena a la actitud racista de M. Hildebrant. Que tantos y diversos sectores de opinión apunten en la misma dirección quiere decir que después de todo no estamos tan mal, que hay un buen sector pensante que no se deja llevar por el marasmo, las medias verdades, palabras huecas, arrogancia y polución de lenguaje oficial. Que creíamos superados tras la caída de la dictadura, pero gozan de un renacimiento de despedida en el actual gobierno. Entre lo mucho que se ha dicho sobre el incidente hay tres aspectos que vale la pena recalcar:

1) La discusión sobre el Quechua y las lenguas indígenas es necesaria en todos los niveles y es un logro de las congresistas haber juramentado en Quechua y poner la discusión sobre el tapete. Pero esperar que quienes se oponen a ello desde una ilusión de jerarquía nos reconozcan de igual a igual es mantener la dinámica del dominio cultural. Son mucho mas importantes los logros concretos de los quechua hablantes en diversas esferas culturales, afirmativas y curriculares en momentos en que las naciones Unidas emiten una declaración sobre los derechos de los pueblos indígenas a sus lenguas y culturas. Y es mucho más importante que nosotros mismos nos valoremos como personas y culturas.
2) Dice la congresista Hildebrant que no habla con quienes no son iguales a ella. Acierta, pero no por lo que cree. La congresista Sumire representa un proceso de curación. La congresista Hildebrant el mal del racismo, la discriminación y la arrogancia.
3) En el lenguaje este mal apunta a la teatralidad de lo huachafo. Hablar cualquier cosa, y prenderla cierta. Ignorar la deshumanización de la jerarquía y el racismo. Modalidad manoseada por el poder y sectores afines, cuyos recursos caen en la caricatura del oponente y al hacerlo revelan su propia mascara: la estética de lo huachafo. Pero no en su lado visible sino en el violento. Las raíces de esta estética son de larga data, pero vienen desde el primer momento de la colonia cuando el extranjero se cree dueño de la chacra y trata al originario como foráneo. Para justificar ello articula una serie de disparates y logra convencer a la población de su verdad. Y para acentuar su supuesta jerarquía crea la ilusión que por sus venas corre sangre azul. Pero si la huachafería es su rostro nacional, comparte con otras formaciones conservadoras la manipulación efectiva del caos y la confusión. Así un terremoto es buena oportunidad de negocios. Y el sacrificio y el dolor ajeno leña que alimenta su hoguera de purun significantes. La precariedad normalizada o acentuada en tiempos de emergencia es un sutil y pernicioso engaño cubierto con promesas huecas y piscos de escala sísmica.

Lo que está en juego en estas trampas lingüísticas e ideológicas es la predominancia del neoliberalismo y, no menos importante, el control de la hegemonía del discurso sobre el sentido común. Un ejemplo de ello es el golpe mediático que hace posible le elección del actual gobierno. Facilitado aquello por las limitaciones discursivas del contendor. Pero si en la actualidad la oposición no se manifiesta con fuerza a nivel de partidos políticos, la pugna por el control del pensar y quehacer político se da entre varios sectores conservadores, neoliberales y oficiales, por un lado, y por varios sectores regionales, gremiales, civiles, intelectuales, y periodísticos independientes por el otro. Parte del sector de oposición son las ONG.

La critica oficial está colgada del termino caviar. Un termino hueco. Sin el sabor sensual que suele tener dicho manjar. Esta colgada también de un ataque sistemático al Informe de la Comisión de la Verdad a la cual se fetichiza como un exponente de la izquierda de elite sin tomar en cuenta la concreción y realidad de las víctimas, los desplazados y sus familiares. Así es más fácil no asumir responsabilidades y esconder el carácter sacrifical de la precariedad actual.

Pero es necesario señalar que en tanto la verdad de la comisión es sistémica, está más cercana a los sectores conservadores que lo que se cree. La diferencia es que los sectores conservadores toman la democracia como su chacra, mientras que los discursos de las ONG y las izquierdas oficiales rescatan lo poco que hay del discurso de la modernidad, apuntando si no a una democracia radical, por lo menos a una participativa. La verdad sistémica del informe cierra un largo ciclo de proyectos políticos de la izquierda oficial que al término de la guerra civil ven tambalearse sus monumentales y unívocos proyectos políticos. Para algunos la resolución es el triste salto al otro lado, para otros insistir pero en dirección a los derechos humanos, el ecologismo, la identidad, etc. Son opciones difíciles y problemáticas, pero válidas. Merecen respeto crítico.

El horizonte polémico más interesante se vislumbra entre las organizaciones de base, los intelectuales orgánicos y las dirigencias indígenas en un proceso que no debe repetir los vicios de la caricatura. La doble tarea de estos sectores es deslindar con las ONG y sus antiguas dirigencias por un lado, y por otro zanjar y negociar con los sectores conservadores. Una muestra saludable de ello es triunfo de la consulta popular en Majaz. Hubieron muchos que caminaron seis horas para expresar su voluntad. Gran esfuerzo del que hay que aprender.

Chayllam.

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