"Caviares": más de lo mismo Por Gonzalo Gamio
Ayer por casualidad enciendo el televisor y me encuentro con una edición de La Hora N providencialmente dirigida por Mariella Balbi. El entrevistado es Ernesto de la Jara – uno de los directivos de IDL – quien ha llegado al set del canal para responder a la feroz campaña que han desatado Correo, Expreso y La Razón – una vez más – contra él y contra la ONG a la que pertenece. Esta prensa acusa a de la Jara el haber conspirado para “liberar terroristas” acogiéndolos al indulto presidencial, bajo la modalidad que había sido aplicada desde los tiempos del fujimorato gracias al trabajo de Hubert Lanssiers. Se sabe que la Comisión de Lanssiers perseguía el objetivo de liberar presos de probada inocencia, condenados injustamente a causa de las irregularuidades de la legislación impuesta por el régimen de Fujimori y Montesinos: el eficiente trabajo de Lanssiers ha sido reconocido por tirios y troyanos. No obstante, es sabido que el papel aguanta todo, particularmente cuando se trata de un medio como Correo.
Me entero por la entrevista que la idea original del programa fue invitar a de la Jara y al propio Aldo Mariátegui, con el objetivo que debatan en torno a esta denuncia. Como era de esperarse, Mariátegui – haciendo gala de su habitual cobardía – no había asistido a la cita. Lo suyo es arrojar la piedra desde lejos, aprovechando su posición de privilegio en un medio de comunicación. Prefiere acusar desde la comodidad de su oficina – envalentonado porque hasta el presidente de la República escribe en su diario – y rehuye la confrontación de argumentos. De la Jara ha defendido bien su posición, pero lo ha hecho desde un canal de cable – ciertamente un canal de cable que cuenta con una importante audiencia y cierto prestigio – pero el daño ya está hecho.
Tomo la palabra como un ciudadano interesado por lo que pasa en el país. No pertenezco a ninguna ONG ni guardo compromiso alguno con ninguna agrupación política. Me preocupa la cacería de brujas que hace tiempo se cocina en el Perú. El caso de la campaña contra de la Jara e IDL es un claro ejemplo de la práctica del macartismo que ha desarrollado esta prensa conservadora. Plantea acusaciones gravísimas – aderezadas con comentarios editoriales que son “rematados” con chismes anónimos de grueso calibre (publicados en columnas tipo “Chiquititas” y “Carnecitas”), para luego no asumir la responsabilidad de respaldar con evidencias la palabra vertida. No se concede espacio alguno para la réplica, ni concediendo la publicación de una carta rectificatoria, ni accediendo a debatir; esto es simplemente la continuación de la campaña perversa orquestada por estos medios conservadores contra el gobierno de transición y la CVR (que tuvo en La Razón a su protagonista más visceral). Esos son los “cuadros” de la extrema derecha en el Perú: incapaces de traducir su agenda política – que la tienen – siquiera en un par de ideas bien articuladas. Su estrategia simplemente se reduce a etiquetar conductas y difundir rumores (y si cuentan con pruebas, pues deberían exponerlas en público y confrontar abiertamente sus argumentos con los del adversario). A la cobardía y a la maledicencia de esta prensa hay que sumarle la mediocridad, la ausencia de conceptos. La derecha conservadora no produce intelectuales, ha generado solamente cortesanos y conspiradores que le temen a la confrontación de las ideas. Martín Tanaka ha destacado el talante antihumanista y anti-intelectual que ha asumido la cacería de brujas emprendida por los poderosos remanentes mediáticos del fujimontesinismo.
Es por eso que me parece lamentable el uso de “caviar” de parte de quienes – desde canteras democráticas – combaten a esa prensa: utilizan ese término asumiendo toda la carga negativa que posee, su vacuidad conceptual, su pasivo ideológico. He discutido en un post anterior que hacerlo constituye una gratuita concesión intelectual a favor de esta prensa infame, que sueña con una sociedad civil desorganizada y servil respecto al poder político, que sueña con universidades desprovistas de pensamiento crítico, convertidas en centros de instrucción profesional que siguen el credo que les imponen sus “promotores”. Una prensa autoritaria que concibe una sociedad dividida en “gobernantes” (los políticos + los “poderes fácticos”) y “gobernados” (la gente), sin instituciones libres - me refiero a las organizaciones de la sociedad civil: universidades, sindicatos, colegios profesionales, gremios, comunidades religiosas, ONGs, así como asociaciones voluntarias ajenas al sistema político (esto es, no se cuentan en la sociedad civil los organismos del Estado; tampoco los partidos políticos) -, ni canales sociales de expresión y vigilancia ciudadana. Una prensa que quiere erradicar el tema de los Derechos Humanos y la civilidad de la agenda política nacional. Qué podemos esperar de unas “empresas mediáticas” que desprecian a la academia y a la ciudadanía de a pie, que sólo le conceden valor al hombre de negocios, y que únicamente reconoce como interlocutor a los políticos que participan del poder.
Algunos sostienen que como el término existe, no podemos ignorarlo. Depende de qué estemos buscando a la hora que escribimos sobre temas políticos. Nada nos obliga a recurrir a él, especialmente si no describe ningún objeto preciso. La palabra alberga sentidos que confunden, denigran o simplifican las posiciones en debate. Otros aseveran que la dichosa palabrilla fue usada por la izquierda radical, lo cual justificaría su actual uso. A ello respondería señalando que el actual uso tiene poco que ver con la acusación de inconsistencia doctrinal que entrañaba la utilización de "caviar" por parte del marxismo. Tendría que añadir que tampoco me parece que el uso de “caviar” propio de la izquierda radical fuese riguroso y esclarecedor desde el punto de vista de la reflexión política. Tampoco era un uso decente. No olvidemos que esa izquierda condenaba la heterodoxia (y por lo tanto condenaba la libertad de pensamiento), y exigía fidelidad a su catecismo ideológico. Quienes no creían en las leyes de la historia, en el Diamat, en la lucha de clases, o en la violencia como instrumento de la “Revolución”, eran "sirvientes del imperialismo", o estaban "alienados". Eran "reformistas" o "caviares". Para esa línea marxista y totalitaria (leninista, estalinista o maoísta) apostar por la vía de la democracia representativa y rechazar la “lucha armada” era un signo de herejía y raquitismo moral. En ese sentido, el uso del término “caviar” de parte de la izquierda radical no me parece en sí mismo más honorable que el de la derecha: también revela dogmatismo, intolerancia y una grosera caricaturización del aludido.
Finalmente, hay quienes sostienen que se puede (o se debe) redefinir el concepto de “caviar”, trocándolo en positivo. Sería un trabajo arduo -pero estéril - intentar reformular un concepto de por sí inútil e indeterminado, pues poco o nada describe (con la expresión “cívico”, ese trabajo de resignificación hubiese sido más eficaz y fecundo). No podemos simular que una vulgar comba pueda reproducir la precisión de un bisturí, cuando se trata de hacer una cirugía intelectual. Más allá de la teatralidad que se puede lograr con la expresión, no creo que su uso pueda llevarnos a buen puerto, ni en el nivel de la reflexión, ni en el de la política.
Me entero por la entrevista que la idea original del programa fue invitar a de la Jara y al propio Aldo Mariátegui, con el objetivo que debatan en torno a esta denuncia. Como era de esperarse, Mariátegui – haciendo gala de su habitual cobardía – no había asistido a la cita. Lo suyo es arrojar la piedra desde lejos, aprovechando su posición de privilegio en un medio de comunicación. Prefiere acusar desde la comodidad de su oficina – envalentonado porque hasta el presidente de la República escribe en su diario – y rehuye la confrontación de argumentos. De la Jara ha defendido bien su posición, pero lo ha hecho desde un canal de cable – ciertamente un canal de cable que cuenta con una importante audiencia y cierto prestigio – pero el daño ya está hecho.
Tomo la palabra como un ciudadano interesado por lo que pasa en el país. No pertenezco a ninguna ONG ni guardo compromiso alguno con ninguna agrupación política. Me preocupa la cacería de brujas que hace tiempo se cocina en el Perú. El caso de la campaña contra de la Jara e IDL es un claro ejemplo de la práctica del macartismo que ha desarrollado esta prensa conservadora. Plantea acusaciones gravísimas – aderezadas con comentarios editoriales que son “rematados” con chismes anónimos de grueso calibre (publicados en columnas tipo “Chiquititas” y “Carnecitas”), para luego no asumir la responsabilidad de respaldar con evidencias la palabra vertida. No se concede espacio alguno para la réplica, ni concediendo la publicación de una carta rectificatoria, ni accediendo a debatir; esto es simplemente la continuación de la campaña perversa orquestada por estos medios conservadores contra el gobierno de transición y la CVR (que tuvo en La Razón a su protagonista más visceral). Esos son los “cuadros” de la extrema derecha en el Perú: incapaces de traducir su agenda política – que la tienen – siquiera en un par de ideas bien articuladas. Su estrategia simplemente se reduce a etiquetar conductas y difundir rumores (y si cuentan con pruebas, pues deberían exponerlas en público y confrontar abiertamente sus argumentos con los del adversario). A la cobardía y a la maledicencia de esta prensa hay que sumarle la mediocridad, la ausencia de conceptos. La derecha conservadora no produce intelectuales, ha generado solamente cortesanos y conspiradores que le temen a la confrontación de las ideas. Martín Tanaka ha destacado el talante antihumanista y anti-intelectual que ha asumido la cacería de brujas emprendida por los poderosos remanentes mediáticos del fujimontesinismo.
Es por eso que me parece lamentable el uso de “caviar” de parte de quienes – desde canteras democráticas – combaten a esa prensa: utilizan ese término asumiendo toda la carga negativa que posee, su vacuidad conceptual, su pasivo ideológico. He discutido en un post anterior que hacerlo constituye una gratuita concesión intelectual a favor de esta prensa infame, que sueña con una sociedad civil desorganizada y servil respecto al poder político, que sueña con universidades desprovistas de pensamiento crítico, convertidas en centros de instrucción profesional que siguen el credo que les imponen sus “promotores”. Una prensa autoritaria que concibe una sociedad dividida en “gobernantes” (los políticos + los “poderes fácticos”) y “gobernados” (la gente), sin instituciones libres - me refiero a las organizaciones de la sociedad civil: universidades, sindicatos, colegios profesionales, gremios, comunidades religiosas, ONGs, así como asociaciones voluntarias ajenas al sistema político (esto es, no se cuentan en la sociedad civil los organismos del Estado; tampoco los partidos políticos) -, ni canales sociales de expresión y vigilancia ciudadana. Una prensa que quiere erradicar el tema de los Derechos Humanos y la civilidad de la agenda política nacional. Qué podemos esperar de unas “empresas mediáticas” que desprecian a la academia y a la ciudadanía de a pie, que sólo le conceden valor al hombre de negocios, y que únicamente reconoce como interlocutor a los políticos que participan del poder.
Algunos sostienen que como el término existe, no podemos ignorarlo. Depende de qué estemos buscando a la hora que escribimos sobre temas políticos. Nada nos obliga a recurrir a él, especialmente si no describe ningún objeto preciso. La palabra alberga sentidos que confunden, denigran o simplifican las posiciones en debate. Otros aseveran que la dichosa palabrilla fue usada por la izquierda radical, lo cual justificaría su actual uso. A ello respondería señalando que el actual uso tiene poco que ver con la acusación de inconsistencia doctrinal que entrañaba la utilización de "caviar" por parte del marxismo. Tendría que añadir que tampoco me parece que el uso de “caviar” propio de la izquierda radical fuese riguroso y esclarecedor desde el punto de vista de la reflexión política. Tampoco era un uso decente. No olvidemos que esa izquierda condenaba la heterodoxia (y por lo tanto condenaba la libertad de pensamiento), y exigía fidelidad a su catecismo ideológico. Quienes no creían en las leyes de la historia, en el Diamat, en la lucha de clases, o en la violencia como instrumento de la “Revolución”, eran "sirvientes del imperialismo", o estaban "alienados". Eran "reformistas" o "caviares". Para esa línea marxista y totalitaria (leninista, estalinista o maoísta) apostar por la vía de la democracia representativa y rechazar la “lucha armada” era un signo de herejía y raquitismo moral. En ese sentido, el uso del término “caviar” de parte de la izquierda radical no me parece en sí mismo más honorable que el de la derecha: también revela dogmatismo, intolerancia y una grosera caricaturización del aludido.
Finalmente, hay quienes sostienen que se puede (o se debe) redefinir el concepto de “caviar”, trocándolo en positivo. Sería un trabajo arduo -pero estéril - intentar reformular un concepto de por sí inútil e indeterminado, pues poco o nada describe (con la expresión “cívico”, ese trabajo de resignificación hubiese sido más eficaz y fecundo). No podemos simular que una vulgar comba pueda reproducir la precisión de un bisturí, cuando se trata de hacer una cirugía intelectual. Más allá de la teatralidad que se puede lograr con la expresión, no creo que su uso pueda llevarnos a buen puerto, ni en el nivel de la reflexión, ni en el de la política.
Etiquetas: Democracia, Derechas, Derechos Humanos, Izquierdas
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