Sobre "La Sociedad Sigma" de Adolfo Figueroa Por Silvio Rendon
Figueroa, Adolfo, (2003). La Sociedad Sigma: una teoría del desarrollo económico. Pontificia Universidad Católica del Perú y Fondo de Cultura Económica, Lima.
Por Sílvio Rendon
La discriminación por raza, sexo, origen, religión, discapacidad, edad u orientación sexual ha demostrado tener una gran persistencia. En el área andina 10 millones de runas [1] ,ciudadanos y ciudadanas de segunda clase en sus propios países, son los más excluidos, los más pobres y las principales víctimas de la violencia política. Sea abierta o sutil, la discriminación condena a las personas excluidas, desde aquellas pertenecientes a las clases medias hasta las más pobres, a desarrollarse por debajo de su potencial. Igualmente, perjudica a las economías al privarse del talento de las personas más capaces.
El libro de Adolfo Figueroa se inscribe en el estudio de la exclusión social como fuente de persistencia de la pobreza y la desigualdad. El autor en esencia rescribe Figueroa (1992), incorporando a la exclusión social en su análisis. Al igual que en aquel trabajo, comienza por una discusión metodológica, avanza en una discusión de modelos económicos, y culmina con una aplicación de éstos a las economías en desarrollo. El autor mantiene como tema central el debate sobre la capacidad de los modelos económicos de ofrecer interpretaciones adecuadas para las realidades que aspiran a representar. En tal sentido, el autor ofrece una discusión de conjunto de “la economía estándar”, a través de tres formalizaciones, de precios flexibles, salarios fijos y precios fijos, a las que denomina neoclásica, clásica y keynesiana, respectivamente. Después de concluir que estas versiones canónicas no son adecuadas ni para las economías desarrolladas ni en desarrollo, el autor expone tres versiones ampliadas: con salarios de eficiencia, sobrepoblación y sobrepoblación y exclusión social. A estos modelos estáticos los llama “sociedades”, reservando la denominación de “economías” para sus extensiones dinámicas o de economías abiertas, o con bienes públicos. Con estos modelos, calificados de “teorías parciales”, el autor afirma haber construido una “teoría general” del capitalismo consistente con las economías desarrolladas y en desarrollo: “Las tres sociedades capitalistas abstractas que fueron desarrolladas en este libro se convierten en modelos de esta teoría general” (p. 299).
En este libro el autor pasa claramente de la sobrepoblación o “subacumulación”, según él insuficiente ya, a la exclusión social como aspecto medular en el análisis de una economía en desarrollo. Esta exclusión es un “legado colonial” que el autor incorpora como un supuesto de su modelo: mientras un tipo de trabajadores participa, otro está excluido del mercado laboral, vive del autoconsumo, y carece de derechos sociales y políticos. Estamos así ante dos grupos inconexos, cada uno con sus propias reglas y hasta con su propio sector de subsistencia. Contrariamente a los esquemas dualistas de los sesentas, se trata de un sistema estable, incapaz de evolucionar hacia la eliminación del dualismo: “Nadie tiene el poder y el deseo de cambiar la situación” (p. 329). Las economías con grandes desigualdades viven en el desorden social, pues los agentes, reiterando lo expresado en Figueroa (1993), presentan una “tolerancia limitada” a la desigualdad. Este desorden sin embargo, es parte de un equilibrio, y no conduce a ningún cambio social. Más aún, los pobres, por excluidos, problemas de coordinación o falta de recursos, no pueden realizar una acción colectiva en demanda de derechos sociales o políticos. Ante tal situación, el autor propone un cambio revolucionario, al que denomina un “shock refundacional”, que redistribuya los “activos sociales” y otorgue derechos sociales y políticos a los excluidos. Con esta revolución todos los agentes saldrían ganando y sin embargo ninguno de ellos la lleva a cabo. Ni los capitalistas, ni los trabajadores, ni los gobiernos, ni las organizaciones internacionales tienen capacidad o interés en realizar esta revolución.
Una primera pregunta que podemos hacernos sobre este planteamiento es si la imagen de un cerrado dualismo, mucho mas rígido que el dualismo de la “heterogeneidad tecnológica” predominante en los ochentas, corresponde a las economías en desarrollo. Si bien según el autor las evidencias otorgan plena validación empírica a esta visión, en este punto convendría recordar algunas enseñanzas aportadas por la investigación sobre la economía campesina:
“Como quiera que la mitad del ingreso campesino en la región más tradicional del Perú es resultado del intercambio con el mercado, no hay base que justifique la tesis de la "auto-suficiencia" o de la dualidad. (...)
Cuando se habla de países se les denomina "economías abiertas" cuando exportan el 15-20% de su Producto Nacional Bruto. Sin embargo, la economía campesina se la ha visto como “economía cerrada” a pesar de exportar el 50% de su producto total. (...)
La familia campesina de hoy es también proletaria. Estas fuentes de ingreso[se refiere a datos estadísticos en una frase] muestran, pues, las características principales de la economía campesina en su presente forma histórica en el Perú”.
Esta cita proviene del seminal estudio de Figueroa (1989, p. 131), cuya primera edición data de 1981. No es que la economía campesina después de más de dos décadas haya pasado de ser una economía abierta y asalariada a una economía desconectada del mercado nacional de bienes y de trabajo. Es la visión del autor la que ha cambiado y reorganiza los hechos bajo un enfoque dualista. Más aún, en su visión presente la economía campesina deja de compartir rasgos esenciales con otras entidades económicas, cual era el caso en su estudio pionero. Si antes el autor resaltaba las decisiones de portafolio y la eficiencia económica de los campesinos (“pobres pero eficientes”), hoy subraya que “los campesinos rara vez se comportan como inversionistas de bolsa” (p. 223).
Lamentablemente, la validación empírica con la que el autor intenta respaldar su actual visión dualista es agregada y general. No se trata de un estudio de detalle como el de hace más de dos décadas. Al parecer, la persistencia de la pobreza y la exclusión es la principal evidencia para validar su visión dualista. Sin embargo, en esta misma evidencia se basan una serie de formalizaciones, por ejemplo, los modelos de “trampa de la pobreza” que dan explicaciones medianamente satisfactorias sobre el tema. En cualquier caso, poner como supuesto lo que debería emerger como una conclusión no es el mejor camino para encontrar respuestas, y menos aún para validar una teoría de este tipo. Decir que una sociedad nació fragmentada en dos sectores y se trata de una herencia colonial no aporta mucho a nuestro conocimiento. Se requiere explicar cómo funciona y se reproduce la exclusión social y cuál es su repercusión sobre el desarrollo económico. En tal sentido, cabe recordar que exclusión social, dualismo y entrampamiento económico no son términos identificables. Añadir la exclusión al análisis de una economía es una extensión valiosa, pero, ¿por qué bajo un enfoque dualista? ¿La conclusión de estar ante una economía entrampada no es acaso consecuencia directa haber supuesto desde el comienzo dos sectores inconexos?
Esto lleva a un segundo aspecto, muy llamativo al leer este trabajo, cual es el profundo pesimismo tanto en la capacidad analítica de la “economía estándar” o “convencional”, ya no sólo de la “neoclásica”, sino también sobre la “clásica” y la “keynesiana” (p. 114), como en las posibilidades de cambio en las economías en desarrollo. Esta actitud contrasta con el entusiasmo con que el autor comunica y califica su propia opción metodológica y teórica. Hacía una década bastaba incluir sobrepoblación en el análisis basado en alguna de estas corrientes para generar modelos realistas sobre las economías en desarrollo:
“Las teorías clásica y keynesiana, así reformuladas para ser aplicadas a una economía sobrepoblada, generan proposiciones tipo beta que son consistentes, en muchos aspectos, con la realidad de América Latina” Figueroa (1992, p 238).
En la visión actual del autor esta extensión es insuficiente. Sin embargo, lo que el autor demuestra, paradójicamente, es que los marcos teóricos expuestos pueden funcionar, sólo que no en su versión de libro de texto, sino en alguna versión más compleja. Entonces, ¿por qué desecharlos? ¿No es mejor pensar en las extensiones particulares necesarias para que los grandes marcos teóricos puedan dar una estilización adecuada de las realidades? En realidad, ¿no es eso lo que han venido haciendo una gran cantidad de científicos sociales? El desencanto es extensivo a las derivaciones de política económica. Hacía una década “no era claro” que las políticas económicas basadas en estas teorías tuvieran algún efecto sustancial en cambiar las realidades:
“No es claro que esta corriente neoliberal esté resolviendo esas limitaciones y que esté buscando que transformar las relaciones centro-periferia” Figueroa (1992, p 239).
Hoy para el autor es muy claro que tampoco las otras corrientes de pensamiento existentes resuelven los problemas de desarrollo económico. Sólo una política económica basada en la “teoría general”, la del autor, podría otorgar derechos políticos y sociales a los excluidos, es decir, el “shock refundacional” que abra las puertas para el desarrollo económico. El gran tema es que “nos hemos quedado sin agentes de cambio” (p. 332). En este punto tal vez el autor hubiera debido dar más reconocimiento a los múltiples esfuerzos por cambiar el estado de cosas, tanto en el pensamiento como en la acción, de diversos académicos e instituciones. Es, por lo menos, prematuro declararlos acabados para concluir proclamando que la propia creación intelectual es la única que da las claves para un entendimiento adecuado de la realidad.
Aún así, es muy poco creíble, y más parece una cuestión de estilo del autor, otrora un ardiente partidario de la redistribución del ingreso, del impulso de la economía campesina, y hoy además de la eliminación de la exclusión social, deje las cosas en un callejón sin salida. Como lectores podríamos interpretar este pesimismo recordando el final de “El alma buena de Sechuán” de Bertolt Brecht. En esta obra de teatro los dioses salvadores bajan del cielo a constatar las tragedias de los mortales, para finalmente abandonarlos a su suerte en la situación más dramática posible. Después de esta cruel escena, la protagonista invita a que al cerrar el telón el público se plantee sus propias respuestas. Intentando ver más allá de diversos aspectos cuestionables, esperemos que esta obra de Adolfo Figueroa contribuya a impulsar una investigación en estos temas que supere las limitaciones señaladas.
Referencias
Figueroa, A. (1993) Crisis Distributiva en el Perú. Fondo Editorial, Pontificia Universidad Católica del Perú, Lima.
__________ (1992) Teorías Económicas del Capitalismo. Fondo Editorial, Pontificia Universidad Católica del Perú, Lima.
__________ (1989) La Economía Campesina de la Sierra del Perú. Universidad Católica del Perú, Cuarta edición (primera edición 1981) Lima.
Por Sílvio Rendon
La discriminación por raza, sexo, origen, religión, discapacidad, edad u orientación sexual ha demostrado tener una gran persistencia. En el área andina 10 millones de runas [1] ,ciudadanos y ciudadanas de segunda clase en sus propios países, son los más excluidos, los más pobres y las principales víctimas de la violencia política. Sea abierta o sutil, la discriminación condena a las personas excluidas, desde aquellas pertenecientes a las clases medias hasta las más pobres, a desarrollarse por debajo de su potencial. Igualmente, perjudica a las economías al privarse del talento de las personas más capaces.
El libro de Adolfo Figueroa se inscribe en el estudio de la exclusión social como fuente de persistencia de la pobreza y la desigualdad. El autor en esencia rescribe Figueroa (1992), incorporando a la exclusión social en su análisis. Al igual que en aquel trabajo, comienza por una discusión metodológica, avanza en una discusión de modelos económicos, y culmina con una aplicación de éstos a las economías en desarrollo. El autor mantiene como tema central el debate sobre la capacidad de los modelos económicos de ofrecer interpretaciones adecuadas para las realidades que aspiran a representar. En tal sentido, el autor ofrece una discusión de conjunto de “la economía estándar”, a través de tres formalizaciones, de precios flexibles, salarios fijos y precios fijos, a las que denomina neoclásica, clásica y keynesiana, respectivamente. Después de concluir que estas versiones canónicas no son adecuadas ni para las economías desarrolladas ni en desarrollo, el autor expone tres versiones ampliadas: con salarios de eficiencia, sobrepoblación y sobrepoblación y exclusión social. A estos modelos estáticos los llama “sociedades”, reservando la denominación de “economías” para sus extensiones dinámicas o de economías abiertas, o con bienes públicos. Con estos modelos, calificados de “teorías parciales”, el autor afirma haber construido una “teoría general” del capitalismo consistente con las economías desarrolladas y en desarrollo: “Las tres sociedades capitalistas abstractas que fueron desarrolladas en este libro se convierten en modelos de esta teoría general” (p. 299).
En este libro el autor pasa claramente de la sobrepoblación o “subacumulación”, según él insuficiente ya, a la exclusión social como aspecto medular en el análisis de una economía en desarrollo. Esta exclusión es un “legado colonial” que el autor incorpora como un supuesto de su modelo: mientras un tipo de trabajadores participa, otro está excluido del mercado laboral, vive del autoconsumo, y carece de derechos sociales y políticos. Estamos así ante dos grupos inconexos, cada uno con sus propias reglas y hasta con su propio sector de subsistencia. Contrariamente a los esquemas dualistas de los sesentas, se trata de un sistema estable, incapaz de evolucionar hacia la eliminación del dualismo: “Nadie tiene el poder y el deseo de cambiar la situación” (p. 329). Las economías con grandes desigualdades viven en el desorden social, pues los agentes, reiterando lo expresado en Figueroa (1993), presentan una “tolerancia limitada” a la desigualdad. Este desorden sin embargo, es parte de un equilibrio, y no conduce a ningún cambio social. Más aún, los pobres, por excluidos, problemas de coordinación o falta de recursos, no pueden realizar una acción colectiva en demanda de derechos sociales o políticos. Ante tal situación, el autor propone un cambio revolucionario, al que denomina un “shock refundacional”, que redistribuya los “activos sociales” y otorgue derechos sociales y políticos a los excluidos. Con esta revolución todos los agentes saldrían ganando y sin embargo ninguno de ellos la lleva a cabo. Ni los capitalistas, ni los trabajadores, ni los gobiernos, ni las organizaciones internacionales tienen capacidad o interés en realizar esta revolución.
Una primera pregunta que podemos hacernos sobre este planteamiento es si la imagen de un cerrado dualismo, mucho mas rígido que el dualismo de la “heterogeneidad tecnológica” predominante en los ochentas, corresponde a las economías en desarrollo. Si bien según el autor las evidencias otorgan plena validación empírica a esta visión, en este punto convendría recordar algunas enseñanzas aportadas por la investigación sobre la economía campesina:
“Como quiera que la mitad del ingreso campesino en la región más tradicional del Perú es resultado del intercambio con el mercado, no hay base que justifique la tesis de la "auto-suficiencia" o de la dualidad. (...)
Cuando se habla de países se les denomina "economías abiertas" cuando exportan el 15-20% de su Producto Nacional Bruto. Sin embargo, la economía campesina se la ha visto como “economía cerrada” a pesar de exportar el 50% de su producto total. (...)
La familia campesina de hoy es también proletaria. Estas fuentes de ingreso[se refiere a datos estadísticos en una frase] muestran, pues, las características principales de la economía campesina en su presente forma histórica en el Perú”.
Esta cita proviene del seminal estudio de Figueroa (1989, p. 131), cuya primera edición data de 1981. No es que la economía campesina después de más de dos décadas haya pasado de ser una economía abierta y asalariada a una economía desconectada del mercado nacional de bienes y de trabajo. Es la visión del autor la que ha cambiado y reorganiza los hechos bajo un enfoque dualista. Más aún, en su visión presente la economía campesina deja de compartir rasgos esenciales con otras entidades económicas, cual era el caso en su estudio pionero. Si antes el autor resaltaba las decisiones de portafolio y la eficiencia económica de los campesinos (“pobres pero eficientes”), hoy subraya que “los campesinos rara vez se comportan como inversionistas de bolsa” (p. 223).
Lamentablemente, la validación empírica con la que el autor intenta respaldar su actual visión dualista es agregada y general. No se trata de un estudio de detalle como el de hace más de dos décadas. Al parecer, la persistencia de la pobreza y la exclusión es la principal evidencia para validar su visión dualista. Sin embargo, en esta misma evidencia se basan una serie de formalizaciones, por ejemplo, los modelos de “trampa de la pobreza” que dan explicaciones medianamente satisfactorias sobre el tema. En cualquier caso, poner como supuesto lo que debería emerger como una conclusión no es el mejor camino para encontrar respuestas, y menos aún para validar una teoría de este tipo. Decir que una sociedad nació fragmentada en dos sectores y se trata de una herencia colonial no aporta mucho a nuestro conocimiento. Se requiere explicar cómo funciona y se reproduce la exclusión social y cuál es su repercusión sobre el desarrollo económico. En tal sentido, cabe recordar que exclusión social, dualismo y entrampamiento económico no son términos identificables. Añadir la exclusión al análisis de una economía es una extensión valiosa, pero, ¿por qué bajo un enfoque dualista? ¿La conclusión de estar ante una economía entrampada no es acaso consecuencia directa haber supuesto desde el comienzo dos sectores inconexos?
Esto lleva a un segundo aspecto, muy llamativo al leer este trabajo, cual es el profundo pesimismo tanto en la capacidad analítica de la “economía estándar” o “convencional”, ya no sólo de la “neoclásica”, sino también sobre la “clásica” y la “keynesiana” (p. 114), como en las posibilidades de cambio en las economías en desarrollo. Esta actitud contrasta con el entusiasmo con que el autor comunica y califica su propia opción metodológica y teórica. Hacía una década bastaba incluir sobrepoblación en el análisis basado en alguna de estas corrientes para generar modelos realistas sobre las economías en desarrollo:
“Las teorías clásica y keynesiana, así reformuladas para ser aplicadas a una economía sobrepoblada, generan proposiciones tipo beta que son consistentes, en muchos aspectos, con la realidad de América Latina” Figueroa (1992, p 238).
En la visión actual del autor esta extensión es insuficiente. Sin embargo, lo que el autor demuestra, paradójicamente, es que los marcos teóricos expuestos pueden funcionar, sólo que no en su versión de libro de texto, sino en alguna versión más compleja. Entonces, ¿por qué desecharlos? ¿No es mejor pensar en las extensiones particulares necesarias para que los grandes marcos teóricos puedan dar una estilización adecuada de las realidades? En realidad, ¿no es eso lo que han venido haciendo una gran cantidad de científicos sociales? El desencanto es extensivo a las derivaciones de política económica. Hacía una década “no era claro” que las políticas económicas basadas en estas teorías tuvieran algún efecto sustancial en cambiar las realidades:
“No es claro que esta corriente neoliberal esté resolviendo esas limitaciones y que esté buscando que transformar las relaciones centro-periferia” Figueroa (1992, p 239).
Hoy para el autor es muy claro que tampoco las otras corrientes de pensamiento existentes resuelven los problemas de desarrollo económico. Sólo una política económica basada en la “teoría general”, la del autor, podría otorgar derechos políticos y sociales a los excluidos, es decir, el “shock refundacional” que abra las puertas para el desarrollo económico. El gran tema es que “nos hemos quedado sin agentes de cambio” (p. 332). En este punto tal vez el autor hubiera debido dar más reconocimiento a los múltiples esfuerzos por cambiar el estado de cosas, tanto en el pensamiento como en la acción, de diversos académicos e instituciones. Es, por lo menos, prematuro declararlos acabados para concluir proclamando que la propia creación intelectual es la única que da las claves para un entendimiento adecuado de la realidad.
Aún así, es muy poco creíble, y más parece una cuestión de estilo del autor, otrora un ardiente partidario de la redistribución del ingreso, del impulso de la economía campesina, y hoy además de la eliminación de la exclusión social, deje las cosas en un callejón sin salida. Como lectores podríamos interpretar este pesimismo recordando el final de “El alma buena de Sechuán” de Bertolt Brecht. En esta obra de teatro los dioses salvadores bajan del cielo a constatar las tragedias de los mortales, para finalmente abandonarlos a su suerte en la situación más dramática posible. Después de esta cruel escena, la protagonista invita a que al cerrar el telón el público se plantee sus propias respuestas. Intentando ver más allá de diversos aspectos cuestionables, esperemos que esta obra de Adolfo Figueroa contribuya a impulsar una investigación en estos temas que supere las limitaciones señaladas.
Referencias
Figueroa, A. (1993) Crisis Distributiva en el Perú. Fondo Editorial, Pontificia Universidad Católica del Perú, Lima.
__________ (1992) Teorías Económicas del Capitalismo. Fondo Editorial, Pontificia Universidad Católica del Perú, Lima.
__________ (1989) La Economía Campesina de la Sierra del Perú. Universidad Católica del Perú, Cuarta edición (primera edición 1981) Lima.
[1]Según J. M. Arguedas, el ciudadano quechua-hablante jamás se llama a sí mismo “indio”. Por el contrario, usa la denominación de runa, que quiere decir “ser humano”. Denominaciones similares se dan en otros grupos étnicos.
Etiquetas: Economía