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13 feb. 2007

La sobre-educación y los mercados laborales Por Silvio Rendon

Leo Educación: Demasiado Mala,Demasiado Buena del profesor Javier Iguiñiz donde hace un excelente señalamiento: no se trata sólo de decir que hay que aumentar el nivel educativo de la población, pues también hay que analizar el desajuste educativo (educational mismatch) o la "discordancia profesional" como él la denomina. La demanda doméstica absorbe y paga poco y tiene un fuerte componente de autoempleo, por lo que mucha gente acaba sobre-educada (en oficios para los que su nivel educativo es mayor, o ganando mucho menos que sus potencialidades). En esta situación, los trabajadores/as calificados/as (o cualificados/as) prefieren emigrar:
Podemos decir, pues, que en el Perú no solo faltan calificaciones sino que también están de hecho sobrando, que las desperdiciamos.
El autor concluye su artículo con las siguientes preguntas:
Después de todo, ¿para qué mejorar la calidad de la educación si es que no habría suficiente demanda por ella? (....) Es seguro que buena parte de la educación es demasiado mala, pero a la vez demasiado buena para lo que la economía actual demanda en realidad.
Dos comentarios:

I.

El problema de la sobre-educación se da en muchos países del mundo, incluso y especialmente en países industrializados. El concepto fue acuñado por Thurow (1975) y Freeman (1976) en los setentas del siglo pasado en su análisis de la economia americana, pero desde entonces su uso se ha extendido a todo tipo de economía. Uno de los temas de debate al respecto es si este desajuste es temporal o permamente. Según Becker (1957) es un fenómeno temporal, pues es la transición a una nueva situación de equilibrio: los más educados que sobran y ganan salarios bajos desplazan a los menos educados con lo que se socava el incentivo para adquirir capital humano y con ello corrigiendo la sobreoferta de mano de obra cualificada. Un enfoque relacionado que también considera al fenómeno como temporal, señalado por autores como Rosen 1972, Jovanovic 1979, Sicherman y Galor 1990, entre otros, considera a la sobreeducación como un aspecto de la movilidad de los trabajadores. Los sobreeducados son jóvenes, con altas tasas de rotación laboral, pero que a través de la recolocación laboral van ocupando trabajos que se acercan más a su nivel educativo. Otros enfoques, basados en la teoría de la señalización (signalling) o competencia por los empleos (job competition) concibe a la sobreeducación como un fenómeno más permamente: los trabajadores sobreinvierten en educación para señalizar mayor productividad innata o menores costos de entrenamiento, o desplazar a la competencia proveniente de otros trabajadores. Así también, la sobreinversión en educación puede servir para compensar desventajas en el mercado laboral: no hablo bien el idioma predominante en el mercado laboral, pero soy un experto en computación; o me discriminan por razón de mi raza, origen étnico, género, orientación sexual, pero el mercado me prefiere porque soy el más educado de todos (ver más en este artículo de Maite Blázquez y mío).

Al mejorar la calidad de la educación se incrementará la oferta de trabajo. Habrá más empleo, sí, pero a un menor salario. Las mejoras en la educación repercuten en el mercado laboral presionando a los salarios a la baja y al desempleo. Esto no quiere decir que no deba haber inversión pública en educación. Es un efecto de equilibrio, pues la masa de nuevos educados quisiera ganar los salarios prevalecientes antes de su llegada, pero ahí viene el "no hay cama pa' tanta gente" de Celia Cruz. Sin embargo, para el conjunto de nuevos educados lo que suele ocurrir es que la educación haya tenido un efecto no-negativo: algunos están mejor, otros están igual, pero no están peor de lo que estarían sin haber recibido la educación. Según el trabajo del Banco Mundial del colega Daniel Cotlear Un Nuevo Contrato Social para el Perú el Perú tiene una buena cobertura educativa. Ahora toca mejorar la calidad de la educacion. Es lo que toca. La sobreeducación existente no debería ser una razón para no hacerlo...

(La pregunta final del autor de "para-qué-invertir en educación-si-después-no-hay-trabajo" me recuerda a la canción de Rubén Blades "¿Amor pa' qué? si al fin y al cabo siempre termina y se transforma en un no sé qué". Algo así como "educación pa' qué si al fin y al cabo no hay empleo". Es similar a preguntarse, ¿para qué un campesino va a invertir en fertilizante y semilla mejorada si después hay sobreproducción y los precios de lo que vende acaban por caer? La respuesta, criollaza como la pregunta, sería "Ah, pues entonces nos quedamos con la educación misia que tenemos" o "Ah, pues entonces no hay nada que hacer sobre el atraso en el campo peruano". Claro, eso sería quedarse en un nivel de análisis pre-económico. Es mejor, aprendemos más, desarrollar el tema un poco más...¿no?)

Definitivamente, se trata de atacar al problema también por el lado de la demanda, cuyo aumento genera una presión hacia una expansión del empleo y a mayores salarios. Si las empresas adoptan nuevas tecnologías (para lo cual requieren de trabajadores cualificados), tienen un ambiente económico favorable a la inversión y pocas restricciones a la contratación de trabajadores, pues a lo largo del tiempo la demanda de trabajo se expandirá, corrigiendo o al menos mitigando el problema de la sobreeducación.

Toca ver el tema no como un ejercicio de estática comparativa, sino en forma dinámica. Se trata de desencadenar un proceso de crecimiento económico donde haya también una expansión de la capacidad productiva, más empresas, de todo tamaño, más producción, y más demanda de trabajadores/as cualificados/as.

Finalmente, habría que poner en el centro del análisis al individuo, no al estado. Cuando se dice ¿para qué invertir en educación? pareciera que estuviéramos pensando en el estado y no en las múltiples decisiones individuales. Es cada persona la que tiene que tomar su decisión óptima sobre su nivel de educación, y en la economía debería haber mecanismos para que esto ocurra: educación pública, becas, préstamos educativos, etc. Así, los agentes, heterogéneos ellos, tendrían una expansión de sus capacidades y en sus libertades al estilo de lo que proponía Amartya Sen; y no que alguien decida por ellos restringirles la calidad de la educación...

II.
Quisiera hacer notar algunas frases del artículo del colega:
Este es, dicho sea de paso, uno de los múltiples ejemplos de la táctica de muchos denominada "acusar a la víctima" para evadir responsabilidades.
...
Esa situación humilla y desmoraliza a los profesionales y técnicos que el país genera, e indirectamente a los que los han formado.
...
¿Para qué mejorar la educación si es que la política laboral del gobierno propicia la competitividad basada en el cholo barato y no en el aumento sólido de la productividad? ¿Para qué calificar mejor si es que las empresas no lo reconocen en el momento de negociar las remuneraciones?
Se pone las cosas en términos de voluntades "víctimas", "responsabilidades", "humillación", etc. Señalar la baja calidad de la educación en el país parece que fuera una acusación a los humillados y desmoralizados trabajadores por su bajo nivel educativo de parte de quienes sí tendrían la responsabilidad por esta situación. El autor se ve obligado a señalar que no, que los trabajadores no tienen la culpa. Por el contrario, ellos crean sus propios empleos. ¿Por qué poner las cosas en esos términos? Finalmente, al parecer estos responsables serían el gobierno, con su política laboral de bajos salarios, y las empresas, que no reconocen a la calificación en las negociaciones salariales. Hay voluntarismo y personalización en todo el argumento. Tal vez sea la lógica de "El Padrino" de "no me vengas con que son negocios. Todo es personal" y haya un nivel del análisis en que se tenga que personalizar. Pero veamos.
  1. Los "bajos" salarios corresponden a la baja productividad de la economía. Son bajos en relación a los países más ricos, de mayor productividad. Así se duplicaran los salarios para todos los trabajadores, seguirían siendo bajos. Claro, cuando se dice bajo o alto, falta decir el estándar de medición. Si son bajos hoy en relación a otros años, como 1973, pues tendríamos que vincularlos a la crisis de la economia peruana en los ochentas. Lo que no se puede hacer es dejar el tema abierto o directamente hacer como si fuera el gobierno el que pudiera elevar los salarios a voluntad. El gobierno puede influir en los salarios a través de mecanismos como el salario mínimo o las normatividad sobre negociación salarial, y más indirectamente a través de la regulación de aportaciones y descuentos al salario. Estas intervenciones definitivamente tienen efectos sobre la economía, pero no son capaces de producir grandes aumentos salariales que, por lo tanto, reorienten las decisiones individuales sobre inversión en capital humano.
  2. Los empresarios, como cualquier agente económico, van a negociar según su interés individual. No van a hacer concesiones en lo que evalúan que no les conviene. Tratarán de obtener las mejores condiciones en una negociación. Se opondrán a una aportación para la formación profesional (tipo SENATI). Lógico. ¿Para qué pagar aportaciones supuestamente para formación profesional si ellos pueden tomar sus propias decisiones sobre la misma si y cuando la necesiten?
    Si se siente que este sector tiene un poder desmesurado, nuestra opción preferencial va por otro lado y se necesita un mayor balance en el poder, pues se trata que su contraparte, los trabajadores, tenga un poder similar de negocación. Esa es la cosa. Entonces veremos que los trabajadores se comportarán exactamente igual que los empresarios: no harán concesiones en lo que evalúan que no les conviene y tratarán de obtener las mejores condiciones en una negociación. Agentes racionales al fin y al cabo. Aquí lo que ha ocurrido es una pérdida de poder de parte de los sindicatos, cosa que requeriría de un análisis aparte.
Acabaré diciendo que la sobre-educación no es para nada un síntoma de "la educación es demasiado buena" (cosa que suena a cachita), sino de la existencia de un problema a resolver. Usar una figura retórica, graciosa tal vez, tiene como riesgo que en vez de aclarar se acaba por confundir al público.

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