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2 mar. 2007

Dejémonos de shocks Por Silvio Rendon

(Publicado en Gestión el 27/02/2007)

Hace veinte años la palabra "shock" tenía connotaciones negativas y producía temor y rechazo en el público. Hoy los tiempos han cambiado y los shocks han resultado ser buenos y apreciados. Más aun, en los últimos meses hemos escuchado hablar de toda una gama de shocks:
· "shock de inversiones" o "shock de inversión social",
· "shock descentralista" o “shock descentralizador”,”
· "shock de confianza",
· “shock educativo”,
· “shock gerencial”.
Los shocks ahora se han vuelto tan populares que parece que ha surgido el sueño del shock propio. Aclaremos. En economía usamos esta palabra para referirnos a eventos aleatorios. Un agente económico puede anticipar estos eventos y tomar sus precauciones: “guardar pan para mayo”. Puede ser, por ejemplo, un individuo que tiene su dinero en el banco por si acaso pierde su empleo o por si tiene algún problema de salud. O puede ser un país que acumula reservas en previsión de algún shock externo, como una caída en los precios de sus productos de exportación. En ambos casos estos agentes sólo saben que tienen que tomar decisiones bajo incertidumbre. Lo que el gobierno anunció el año pasado fue la intención de expandir la inversión pública. Sin embargo, para nada es un shock, pues no tiene nada de aleatorio, salvo la eficiencia en su realización.

Otra acepción para esta palabra viene como préstamo de la medicina. Un estado de shock es una condición médica extrema de una persona. La terapia de shock consiste en provocar artificialmente el estado de shock como forma de tratamiento médico. En economía se usa esta palabra en países que viven procesos de estabilización y se debate si se debe aplicar medidas extremas y súbitas, una “terapia de shock” (cold-turkey), o medidas graduales. El debate sobre cómo se debía controlar la hiperinflación en las elecciones de 1990 se refirió a esta acepción. En un contexto hiperinflacionario un shock tiene como objetivo romper con la expectativas de inflación y reorientar a la economía hacia una senda de estabilidad. Tampoco en esta acepción estamos ante un shock. No hay ninguna razón para que un aumento de la inversión pública tenga que ser un shock. No hay expectativas de inflación que romper, ni credibilidad que ganar. ¿Por qué entonces tanta insistencia con el anglicismo?

De lo que se está hablando es meramente de anuncios de política económica. Tal vez se piense que frasearlos como shocks es una señal de confianza, algo que entusiasma al electorado. Sin embargo, ya no estamos en época electoral. Estamos ante una administración en funcionamiento, la segunda de García, quien ya debe estar al tanto de los significativos retardos en el proceso de inversión pública. El público no quiere volver escuchar “tuve un exceso de entusiasmo”, ni debates sobre si lo que cuenta son los recursos aprobados o los recursos entregados y menos que se descubra que hay retardos desde que algo se dice hasta que algo se hace. Para el público no hay cumplimiento de promesas hasta que no se vea una obra que cambie sus condiciones de vida.

Lamentablemente, el llamado “shock de inversiones” parece estar más motivado por consideraciones de corto plazo y de demanda. Sería una mera inyección que contrarrestaría en parte a una probable caída de la demanda agregada en el 2007. Bajo esta visión da igual si es inversión o gasto, pues ambas son inyecciones de demanda. Pero no es así. Las privatizaciones pueden ser vistas como forma de mejorar la eficiencia en las empresas antes del estado o meramente como forma de "hacer caja", las inversiones pueden ser vistas como forma de incrementar la capacidad productiva o meramente como gasto. Es decir, el énfasis de una misma medida puede estar en expandir la frontera de producción de cara a las décadas que vienen, o en expandir la demanda, para capear una coyuntura de algunos meses.

Definitivamente, de lo que se trata es de realizar inversiones que aumenten la capacidad productiva (mayor capacidad para exportar pisco, chompas de alpaca, pimientos del piquillo o software hecho en el Perú), el capital humano de los más pobres del país (más palabras por minuto leídas, más operaciones matemáticas realizadas, más niños de cuatro años vacunados, menor mortalidad infantil en las provincias punteras en los mapas de pobreza), la productividad de cada sector (más quintales de papa amarilla por hectárea, más trámites despachados por empleado público, menor tiempo de transporte del hogar al centro de trabajo). Este tipo de inversiones no vienen en shocks, sino con la debida anticipación y en forma sostenida; más aun, con el conocimiento, los aportes y la fiscalización del público en general. Esperemos que en los próximos anuncios el énfasis cambie hacia acciones de largo aliento.


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