Curas y curas Por Silvio Rendon
Así acabó Monseñor Óscar Arnulfo Romero, Arzobispo metropolitano de San Salvador y ferviente defensor de los derechos humanos. (Foto tomada de aquí)
Óscar Arnulfo Romero un día antes de su muerte se dirigió al al ejército salvadoreño:
Verlo y escucharlo aquí:Yo quisiera hacer un llamamiento, de manera especial, a los hombres del ejército. Y en concreto, a las bases de la Guardia Nacional, de la policía, de los cuarteles... Hermanos, son de nuestro mismo pueblo. Matan a sus mismos hermanos campesinos. Y ante una orden de matar que dé un hombre, debe prevalecer la ley de Dios que dice: "No matar". Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la Ley de Dios. Una ley inmoral, nadie tiene que cumplirla. Ya es tiempo de que recuperen su conciencia, y que obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado. La Iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la Ley de Dios, de la dignidad humana, de la persona, no puede quedarse callada ante tanta abominación. Queremos que el gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas si van teñidas con tanta sangre. En nombre de Dios y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: Cese la represión.
Para que quede claro cómo es la cosa, en el funeral de este sacerdote el ejército salvadoreño disparó a los/as asistentesla, matando a varios/as....
En nuestro país, en el Perú, en cambio, Juan Luis Cipriani nos ha venido enseñando otra cosa, como podemos leer en El tamaño de la conchudez, de Gustavo Faverón:
Recordemos las cosas que escribía Cipriani en los años 90, y quiero que noten qué distinta canción era la que cantaba esta persona en aquella época (pero qué parecida, en el fondo):Los derechos humanos no son valores intocables, son tapaderas de rabo. La pena de muerte está bien. Si asesinan a un grupo de estudiantes y profesores y los familiares se quejan éstos son acusados de usar a sus muertos como pretexto para "atropellar la libertad del pueblo peruano". Qué despropósito. ¿Qué valores está inculcando este señor a nuestra sociedad? Este señor nos ha hecho y nos está haciendo un gran daño. ¿Es que en el Perú no tenemos Arnulfos Romeros? En cierta época parecía que había... Si queda alguno, está en cura de silencio o es un cura en silencio. ¿Cuándo levantará por fin la voz?"Mientras no afirmemos con claridad que los derechos humanos no son unos valores absolutos intocables, sino que están permanentemente sometidos a los límites que les señalen unos ‘deberes humanos’, es imposible afrontar con eficiencia los males que padecemos, especialmente la inmoralidad en las funciones públicas y el terrorismo. Digámoslo de forma sintética: la mayoría de instituciones llamadas de ‘Defensa de los Derechos Humanos’ son tapaderas de rabo de movimientos políticos, casi siempre de tipo marxista y maoísta".En esa época, Juan Luis Cipriani, el abogado del perdón universal, era el principal promotor de la implantación de la pena de muerte en el Perú. ¿Lo recuerdan?"No podemos permitir que por el miedo, temor y cobardía de unos cuantos el país no apruebe la pena de muerte (...). No podemos temblar de miedo. El mundo cambia día a día y no a favor de los cobardes. Nos encontramos en una época de firmeza, claridad y hombría".¿Y qué decía Cipriani sobre los estudiantes de La Cantuta asesinados?"El caso La Cantuta está siendo utilizado políticamente y bajo el pretexto de la defensa de los derechos humanos se está dando el último intento de atropellar la libertad del pueblo peruano (...)
Arnulfo Romero es en El Salvador una figura que Cipriani nunca será en el Perú. (Foto tomada de aquí).
Grande Rubén Blades:
El padre Antonio y su monaguillo AndrésTal vez Cipriani se gane alguna estrofita en el "ritmo del chino", pero nada como esto...Qué vergüenza tener a alguien así como "guía espiritual".... No le llega ni a la rodilla a Arnulfo Romero.
De Rubén Blades
(fragmento)
Al padre lo halló la guerra un Domingo de misa,
Dando la comunión en manga de camisa.
En medio de un Padre Nuestro entró el matador
Y sin confesar su culpa le disparó.
Antonio cayó, hostia en mano y, sin saber por qué
Andrés se murio a su lado sin conocer a Pelé,
Y entre el grito y la sorpresa, agonizando otra vez
Estaba el Cristo de palo pegado a la pared.
Y nunca se supo el criminal quién fue
Del padre Antonio y del monaguillo Andrés.
Suenan las campanas otra vez
Por el padre Antonio y su monaguillo Andrés
Etiquetas: Arnulfo Romero, Cipriani, Derechos Humanos, Justicia, Pena de muerte
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