Esos horribles edificios Por Susana Frisancho
Que feo se está poniendo Miraflores. Si bien por un lado el distrito está cambiando para bien (y lo entendemos, las ciudades deben modernizarse y crecer), por otro lado da mucha pena la manera en que se derrumban esas antiguas y hermosas casonas que daban al distrito su encanto y estilo peculiar. La demolición de la casa Marsano y la construcción, en su lugar, de ese horripilante mamotreto de cemento que afea aun más la ya deteriorada Av. Arequipa es para mí el ejemplo más patente.
La psicología ambiental nos enseña que las características del entorno en el que uno vive guardan una relación directa con cómo nos sentimos como personas. Un ambiente agradable nos hace la vida más feliz, y muchos creen, incluso, que rodearse de belleza es un derecho de las personas. Y sin embargo, en los últimos tiempos parece que se hubiera descuidado este aspecto fundamental de nuestras vidas. En su libro Itinerario hacia el arte, Adolfo Winternitz plantea que mientras nuestro olfato se ha ideo refinando (ya no aguantamos los hedores que eran capaces de soportar los medievales), nuestro oído y nuestra vista se han atrofiado. Ya no miramos, lo que explica que podamos tolerar, casi sin inmutarnos, esos desangelados edificios de construcción barata que surgen como hongos en casi cada calle miraflorina. Entiendo que somos un país pobre y, como dirían algunos, con muchas otras prioridades, pero las casonas son parte del patrimonio del distrito al cual embellecen, y de esta manera contribuyen también a embellecer la vida de todos. Tienen un valor mucho mayor que el costo del terreno que ocupan. Se necesitan incentivos que hagan que los propietarios deseen mantener sus casonas en lugar de demolerlas. Exonerarlas de arbitrios municipales a cambio de su preservación, por ejemplo. Pintarlas gratis cada año. Un hermoso centro cultural en la casa Marsano hubiera servido más a la ciudad que la impresentable ratonera en la que pronto nos venderán partes de computadoras.
Artículo publicado en La República el Viernes 19 de Octubre de 2007. Enlace al artículo en línea, aquí
La psicología ambiental nos enseña que las características del entorno en el que uno vive guardan una relación directa con cómo nos sentimos como personas. Un ambiente agradable nos hace la vida más feliz, y muchos creen, incluso, que rodearse de belleza es un derecho de las personas. Y sin embargo, en los últimos tiempos parece que se hubiera descuidado este aspecto fundamental de nuestras vidas. En su libro Itinerario hacia el arte, Adolfo Winternitz plantea que mientras nuestro olfato se ha ideo refinando (ya no aguantamos los hedores que eran capaces de soportar los medievales), nuestro oído y nuestra vista se han atrofiado. Ya no miramos, lo que explica que podamos tolerar, casi sin inmutarnos, esos desangelados edificios de construcción barata que surgen como hongos en casi cada calle miraflorina. Entiendo que somos un país pobre y, como dirían algunos, con muchas otras prioridades, pero las casonas son parte del patrimonio del distrito al cual embellecen, y de esta manera contribuyen también a embellecer la vida de todos. Tienen un valor mucho mayor que el costo del terreno que ocupan. Se necesitan incentivos que hagan que los propietarios deseen mantener sus casonas en lugar de demolerlas. Exonerarlas de arbitrios municipales a cambio de su preservación, por ejemplo. Pintarlas gratis cada año. Un hermoso centro cultural en la casa Marsano hubiera servido más a la ciudad que la impresentable ratonera en la que pronto nos venderán partes de computadoras.
Artículo publicado en La República el Viernes 19 de Octubre de 2007. Enlace al artículo en línea, aquí
Etiquetas: casonas, construcción, edificios feos, Miraflores
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